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EL GRECO Y TOLEDO LOS ICONOS GENIALES DEL MÍSTICO DE LOS PINCELES

Retrato de un caballero anciano, (detalle) considerado autorretrato, (1595-1600

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco


A finales del año 1582 un mensaje del Rey Felipe II. llega a su destinatario en Toledo, la ciudad aristocrática en el corazón de Castilla que en 1560 había cedido la función de capital a la villa de Madrid. El mensaje contenía la respuesta a una "solicitud pintada". Era una negativa: a Su Majestad Felipe II. no le había gustado el cuadro monumental "Martirio de San Mauricio", encargado unos dos años antes, así que su autor ya no podía esperar más encargos por parte de la Casa Real. El nombre complicado del pintor extranjero, quien tenía que soportar aquella profunda decepción, era Kyriakos Theotokopoulos, pero en Toledo lo llamaron simplemente "El Greco." De su reacción inmediata no se sabe nada. ¿Arrojó los pinceles y contra la pared, lleno de rabia? De todas maneras, había esperado mucho más de ese encargo que iba a contribuir a la decoración del Escorial, la nueva residencia de Felipe II, pero sus esperanzas de iniciar una carrera como pintor de cámara de S.M. de repente se vieron frustadas.


Mirando su biografía, aquel fracaso inesperado se convierte en una feliz coincidencia – tanto para el pintor orgulloso como para la metrópoli aristocrática Toledo, la que tuvo más habitantes a finales del Siglo XVI que en la actualidad. Es que raras veces hubo una simbiosis tan estrecha entre un genio de las Bellas Artes y su patria elegida como en el caso de El Greco y Toledo. El pintor más genial que jamás vivió en Toledo había nacido con el nombre de Kyriakos Theotokopoulos en el año 1541 en Candia (hoy Heraklión) en la isla de Creta, cuando aquella perteneció al Imperio veneciano.

Allí recibió una formación como pintor de iconos de estilo bizantino, antes de emigrar a Venecia en 1567. En la metrópoli del Adriático se convirtió en discípulo de Tiziano y Tintoretto, desarrollando poco a poco un estilo conforme a los ideales del Renacimiento. Su estilo, a principios dominado por las influencias claramente bizantinas, sin perspectiva y con colores oscuros, empezó a imitar la riqueza del colorido de la pintura veneciana del XVI, introduciendo especialmente matices de rojo luminoso, celeste y amarillo intenso, así como profundidad de perspectiva y escenarios llenos de dinamismo dramático. Aunque pronto llegó a tener cierta fama (en Italia se llamó "Domenico"), resultaba muy difícil conseguir un exitazo decisivo en Venecia, la metrópoli de la pintura renacentista. La competencia parecía demasiado genial y sobre todo muy firmemente establecida en el gran mercado del arte: Tiziano, Tintoretto, Veronese, Bassano. Quizás era ésa una de las razones que motivaron El Greco a abandonar "La Serenissima" en 1569 e intentar su suerte en Roma, donde, no obstante, la situación resultó parecida. También en la ciudad eterna logró algún y otro notable éxito – p. ej. al presentar una magnífica "Anunciación", pero los imitadores de Miguel Ángel y Rafael siguieron dominando las Bellas Artes en la ciudad donde residen los Papas.

El Greco no destacó exactamente por una falta de orgullo: propuso remplazar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina por nuevas obras suyas que serían más "decentes". Aquella propuesta, como era de esperar, provocó el rechazo indignado de muchos pintores romanos y contribuyó a su convicción que tampoco en Roma iba a encontrar la suerte deseada. Cuando en el año de su muerte 1576 el gran Tiziano le dió una carta de recomendación al Greco, dirigida al Rey Felipe II., el que estaba buscando muchos artistas para decorar las más de mil habitaciones de su nueva residencia, el Palacio del Escorial (antaño la obra más grande de Europa), el pintor de Creta decidió intentar a su edad de 35 años un nuevo comienzo en España.


Toledo convierte a un Extranjero en un Genio del Siglo

Durante su estancia en Roma, El Greco ya había conocido a unos intelectuales procedentes de Toledo, los que luego le ayudaron a establecerse en su ciudad. Por ello, no fue a asentarse en Madrid, sino en la antigua capital Toledo. El retablo mayor para el convento toledano Santo Domingo el Antiguo con los lienzos de la Asunción y la Trinidad en el centro fue la primera obra del Greco para su nueva patria (lo concluyó en 1577, hoy el original de la Trinidad se encuentra en el Museo del Prado). Una riqueza de colores muy llamativos y una escenificación espectacular dominan esas pinturas, las que muestran las influencias de Tiziano y Tintoretto, pero a la vez demuestran como el maestro obstinado había encontrado ya su propio estilo, más radical aún en emplear un colorido atrevido.

Esos colores luminosos llaman la atención: los ropajes y velos de los ángeles de rosa purpúrea, verde amarillento y celeste intenso, así como el extraño amarillo del manto de Dios Padre. El cuerpo del Salvador muerto, de color márfil y de postura retorcida, aparece como un gran signo de interrogación en los brazos de Dios Padre, coronado por el Espíritu Santo en su aparición habitual como paloma, la que está volando como si quisiera salir del cuadro, y arrastrando una radiante cabellera de cometa


 

 

Trinidad.

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco

 


El año de las primeras obras del antiguo pintor de iconos, Theotokopoulos, para su nueva patria Toledo se podría calificar como "el Año Místico" en las crónicas de España, ya que en el mismo año 1577 los dos místicos españoles más importantes, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, escribieron sus obras principales: Santa Teresa concluyó las "Siete Moradas" y San Juan escribió en la cárcel de la Inquisición en Toledo (!) la primera parte del "Cántico" y su poema genial "La Noche Oscura". No se sabe si El Greco, como lo mantienen algunos historiadores del arte, llegó a conocer personalmente a los dos carmelitas místicos en Toledo. Un encuentro directo es más bien improbable. Sin embargo, es muy probable que estudió las obras exitosas de Santa Teresa, dejándose inspirar por su "Castillo Interior" cristalino y por sus "arrobamientos extáticos" detalladamente descritos, sobre todo durante de su última fase de creatividad después de 1600.

Desde el principio, todas las creaciones toledanas del Greco están hondamente marcadas por un fervor místico que en Toledo encontró el ambiente y público adecuados. Cuando entregó en 1579 su cuadro monumental de temática pasionista, pintado para la Sacristía de la Catedral  ("El Expolio"), se podía observar todo tipo de reacciones entre entusiasmo y rechazo total. El Cabildo de la Catedral, la institución que había encargado aquella obra, criticó muchos detalles técnicos de la pintura y se mostró irritado de que algunas personas (en el fondo) del cuadro sobresalen la figura del Cristo por su altura. Al final los del Cabildo sólo querían pagar la mitad del precio contratado de 3500 Reales e incluso le amenazaron al pintor con llevarlo al tribunal de la Inquisición por posibles "huellas de herejía" en su lienzo.

 

El Expolio

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco

 

 

En efecto, aquel cuadro revolucionario debía inquietar a muchos espectadores contemporáneos: el manto de púrpura, llevado por Cristo no es de color púrpura, sino parece pintado de sangre, y la figura del Salvador ilumina el centro de la escena como si fuera una llama, y está rodeado de sus atormentadores pintados como caricaturas de colores grises y oscuros. El Greco ha construído un círculo de caras crueles llenas de odio alrededor del Cristo, soberano de la luz, a quien parecen atacar desde todos los rincones. La violencia de las torturas, aunque no mostrada directamente, se insinúa aquí de manera muy sútil.

Mediante ese rasgo de ingenio, el maestro de Creta nos quiere presentar a Jesús con el rostro glorioso (ya antes de la resurrección) y como personificación del Amor cristiano incondicional y del espíritu de sacrificio – perseguido y torturado por los esclavos de un odio desalmado y fanático. No es de asombrar, pues, que una interpretación tan fundamentalmente cristiana de la Pasión de Jesús no fue comprendida (y hasta considerada "peligrosa") por una Iglesia que, parecida a los fariseos judíos, empleó la persecución y la tortura (mandadas por el "Santo Oficio") como medidas para defender su poder en la sociedad. Finalmente,  la disputa entre el pintor y sus comitentes eclesiásticos se resolvió por una comisión que elaboró una nueva calculación para fijar el precio de la pintura que había desatado la polémica. El portavoz de aquella comisión expresó la opinión de la mayoría de los habitantes de  Toledo - tanto antaño como hoy día -  y calificó el valor del cuadro "El Expolio" como incalculable. El proceso escandaloso incluso se convirtió en una ventaja para El Greco, ya que traía consigo una publicidad considerable, haciendo popular su nombre en toda España, lo que le aseguró muchos nuevos encargos.

Entre 1586 y 1588 pinta su obra más famosa, que le garantiza fama inmortal: "El Entierro del Conde de Orgaz". Ese cuadro, encargado por el párroco de la Iglesia de Santo Tomé, ya destaca por sus dimensiones gigantescas: casi 5 metros de altura y 3,60 de anchura. La composición pomposa está dominada por el contraste entre la realidad terrenal y las esferas celestiales.

Mientras que la escena terrenal del entierro del Conde se caracteriza por un naturalismo detallado que muestra personajes reales de la nobleza toledana con sus rasgos individuales, en el escenario del Cielo todo parece envuelto en una niebla misteriosa de nubes iluminados de luz celestial.

 

El Entierro del Conde Orgaz

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco

 

En la mitad inferior del cuadro, los contornos de las figuras son claros y concretos hasta en los detalles más pequeños (p. ej. los bordados de los mantos de San Agustín y San Esteban), sus miradas expresivas, y los colores que predominan son el negro (los ropajes de los nobles y la armadura del Conde) y el blanco (las gorgueras y caras de los Grandes). En la mitad superior, El Greco desata toda una magia de colores extraños, casi alucinógenos. También se pueden descubrir algunos símbolos convencionales, como las llaves de San Pedro. Pero en general, la niebla mística hace aparecer muchas siluetas y las caras de los ángeles como difusas y borrosas. Y las figuras que salen de esa niebla de luz son pintadas de colores raros y artificiales: la piel del Bautista es verdosa, la aureola que rodea la figura del Cristo es de un amarillo radiante y el manto y velo de la Virgen María muestran dos colores que iban a ser característicos para el arte del Greco: un rojo y azul que parecen "deslavados",  desmaterializados son colores metafísicos llenos de matices trasparentes. En el centro de ese cuadro monumental, el maestro nos presenta el detalle más atrevido: el vuelo del alma. Un ángel vestido de una túnica dorada y con las alas desplegadas está llevando una membrana transparente e iluminada de luz – el alma del conde difunto – de la tierra a la vida eterna del Cielo. Ningún pintor se había atrevido antes a mostrar ese misterio más profundo del tránsito del alma a esferas eternas de manera tan explícita. Esa obra del Greco es uno de los diez cuadros más importantes de la historia del arte e incluso en el Siglo XXI hay visitantes que sólo vienen a Toledo para contemplar esa creación tan singular. Así ya lo pronosticó su creador después de entregar el "Conde Orgaz"– tan arrogante como acertado, diciendo que futuras generaciones descubrirían su valor y lo considerarían como uno de los genios más grandes de la pintura.

Retratos realistas y Visiones místicas

Aunque las obras más típicas y conocidas del antiguo pintor de iconos muestran visiones religiosas que destacan por su monumentalidad y su misticismo patético, también se dedicó a la creación de retratos íntimos y muy realistas, llenos de naturalismo expresivo, parecido a las obras posteriores de su admirador Velázquez. Un buen ejemplo constituye el retrato de Antonio de Covarrubias (pintado en el 1601), un canónigo de la Catedral de Toledo.

 

Antonio de Covarrubias

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Se presenta ese clérigo vestido como aristócrata, lleno de elegancia y grandeza, pero a la vez con cabello ya blanco y con la mirada cansada, deprimida por la vejez y quizás la soledad, y llena de fatalidad.

Podría ser casi una personificación del Imperio español que empezaba a mirar en aquella época su propio ocaso lento, desde una posición de orgullo, pero ajeno a la realidad. Ese cuadro impresionante muestra gran semejanza con el famoso autorretrato del Greco pintado hacia 1595, en el que el maestro se caracteriza también por una postura y vestiduras aristocráticas, pero con una mirada muy melancólica. Más de una vez, El Greco demuestra, tanto en su vida como en su obra, que ha conseguido adoptar dos cualidades típicamente españolas: orgullo frente a los hombres y humildad ante Dios.

 

A su hijo Jorge Manuel, pintor como su padre, lo ha retratado ejerciendo su profesión. Y no lo ha pintado con un traje de trabajo lleno de manchas, sino como un príncipe sereno, con jubón negro elegante y la blanca gorguera, típica de la nobleza española – y también un símbolo del orgullo del Greco y su hijo que como inmigrantes consiguieron conquistar el respeto de la aristocracia toledana. Ese retrato de su hijo se encuentra hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Su bella pareja (¿esposa?) Jerónima de las Cuevas fue retratada muchas veces por El Greco como Virgen María, p. ej. representando la Mater Dolorosa, en un cuadro concluído entre 1590 y 1595 (hoy en el Museo de Estrasburgo). Ese retrato convence por su magnífica sencillez, el genio griego renuncia aquí totalmente a la pompa habitual que domina otras escenas religiosas creadas por él. Esa Virgen vestida de blanco y azul, llena de austeridad y profunda tristeza, no necesita mantos o velos preciosos, porque la mujer del Greco le presta a Ella su rostro bellísimo de grandes ojos negros.

 

Sagrada Familia

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco

 

En el año 1606 llegó a pintar el más copiado de sus retratos de Cristo, otro cuadro sagrado destinado a la íntima oración, como un retablo portátil. El Salvador tiene claros rasgos de iconos bizantinos por su posición de majestad y la postura de la mano derecha, levantada en el gesto de bendición, tan típico de un "Pantocrátor" griego. Los colores, de nuevo el rojo y azul casi descoloridos y metafísicos, paracen ser iluminados para sugerir la Transfiguración del Señor. Sobre todo atrae la atención esa mirada hipnotizante de los ojos oscuros del Salvador que emana un carisma tan sagrado e intenso que de vez en cuando un visitante que contempla la pintura en la Sacristía de la Catedral de Toledo se arrodilla como durante una misa.

El Salvador

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En sus retratos de santos (pintó al menos 25 versiones de San Francisco) y sus famosas series de los ápostoles, El Greco consigue combinar una representación realista de los personajes con una expresión de emociones extáticas, p. ej. en su presentación de San Pedro con la mirada lacrimosa en el momento antes de echar a llorar por su traición. Especialmente en sus cuadros de temática religiosa de la última fase de creatividad después de 1600 se puede observar una "explosión de emociones" . El Greco parece abandonarse al goce de visiones surrealistas, pinta sus figuras cada vez más alargadas, a veces extrañamente desfiguradas, sobre todo con las manos inmensas, personajes pintados como si fueran llamas del Espíritu Santo, ángeles que parecen mariposas con sus inmensas alas multicolores y cuerpos frágiles y casi trasparentes como si emanaran una luz interior. Colores y contornos y algunos detalles parecen pintados como  en un delirio fébril o bajo influencia de drogas – no es de asombrar que también la generación del 1968 redescubrió El Greco con entusiasmo. Sin embargo, hubo historiadores del arte que criticaron sus últimas creaciones como "desviaciones extáticas" o incluso buscaron la explicación de su técnica tan extravagante en interpretarla como síntoma de una creciente locura. Carl Justi, un experto alemán del arte de Velázquez, calificó El Greco como "...un visionario...un problema patológico, un caso para un médico."

Apertura del Séptimo sello

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:El_Greco

¿Fue realmente un loco o el gran "Místico de los lienzos", profeta con pinceles y la paleta, llevado por devoción fervorosa? En la vida real hay bastantes testimonios que demuestran que no era para nada ajeno al mundo, al contrario, se mostraba como gozador inclinado a la vida lujosa, y para permitirse ese lujo tenía que endeudarse más de una vez. Como ser humano, El Greco quiso ocupar una posición privilegiada en la sociedad aristocrática de su querida ciudad elegida Toledo.

 

Toledo como "paisaje del alma" del Greco
Hoy día, Toledo se presenta como una ciudad-museo y como baluarte de una Iglesia Española ultraconservadora , antaño, a finales del Siglo XVI fue una ciudad muy viva e innovadora, centro de la humanística y punto de partida de reformas religiosas y de movimientos místicos apoyados por amplias partes del pueblo (como los Carmelitas Descalzos, pero también "heterodoxos" como los Alumbrados). Hubo un auténtico fervor para descubrir lo divino de manera individual, como lo hizo El Greco en sus visiones pintadas.

Pocos años antes de su muerte, hacia 1610, El Greco llega a pintar  un paisaje que incluso ha sido admirado por los aficionados del arte moderno, los que normalmente suelen rechazar sus cuadros religiosos: "Vista de Toledo" (también llamado "Toledo en la tormenta").

 


Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Imagen:El_Greco_View_of_Toledo.jpg

 

 En una época en la que casi ningún cliente compró un paisaje pintado, El Greco creó esa imagen que destaca por su técnica casi impresionista probablemente sólo para sí mismo. Es como un homenaje pintado para expresar su agradecimiento a Toledo por todas las inspiraciones que su patria elegida le ha dado. No obstante, sería muy superficial interpretar aquel cuadro como paisaje normal o simple panorama urbana. Para todos los conocedores de la obra del Greco, queda obvio que tenga una significación metafísica, un mensaje religioso. "Toledo en la tormenta"  se presenta como un sueño alucinógeno. Podríamos calificarlo como un "paisaje extático". Los frentes de las tinieblas y de la luz están luchando en ese inquietante panorama, parecen estar en continuo movimiento, como durante una tormenta real, cuyos relámpagos iluminan de repente algún detalle para dejarlo caer en la oscuridad en el próximo momento. Sí, se puede reconocer la ciudad real de Toledo: el barranco del Tajo con el puente de Alcántara, la colina del Alcázar y la torre alta de la Catedral, las murallas. Pero las siluetas parecen a la vez estilizadas para ser simbólicas, los colores son raros, ultramundanos, están dominando un verde que tiene matices de amarillo de azufre, contrastando con tonos azules fríos que cambian de grisáceo al morado profundo de las nubarrones.

Muy pocos negarán que "Toledo en la tormenta" sea no tanto un panorama real, sino que más bien represente un paisaje del alma, donde tiene lugar la batalla apocalíptica entre bien y mal, entre los poderes de la luz y las tinieblas. Los edificios soberbios de esa ciudad soñada contrastan mucho con el fondo tenebroso del cuadro.

 

 

 

Y no sólo es un relámpago que los inunda de luz, es que la Catedral, el Alcázar, el puente de Alcántara y las murallas y otros edificios parecen estar iluminados desde dentro.

El Greco ha pintado Toledo como Civitas Dei de San Agustín, como la "nueva Jerusalén" del Apocalípsis. Su estilo característico formado en Toledo es absolutamente único, ni renacentista ni barroco. El monje y poeta Hortensio Félix Paravicino, también magistralmente retratado por el genio cretense, escribió en un Soneto dedicado al Greco: "Creta le dio la vida, y los pinceles - Toledo mejor patria, donde empieza - a lograr con la muerte eternidades."

Texto + Foto 1:
Berthold Volberg

Fotos: wikimedia commons

1 comentario

irene -

poner mas cuadros lo necesito