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TRIANA Y SU REINA. LA ESPERANZA DE TRIANA

Cuando se atraviesa el Puente y uno deja atrás Sevilla no se puede dejar de recordar que, durante tantos siglos, Triana fue una ciudad distinta, unida por un débil puente de barcas amarradas por cadenas que las riadas del Guadalquivir desbarataban de un solo golpe. 

 

 

Era entonces el espejo de Sevilla del esplendor barroco, acaso su reverso, tal vez ella misma mirada con los ojos de dioses más humanos e imperfectos

Una ciudad de alfareros y marineros que miraba la nobleza de su hermana alzada en la Giralda y era distinta, popular y llena de voces. Un laberinto de pasiones en las corralas que aún perduran, llenas de flores sencillas para adornar las noches largas de flamenco y conversación, de la bulla de la fiesta y el silencio clamoroso que sólo saben manejar sus vecinos.

 

De alguna manera, algo de todo esto queda aún si uno deja la plaza del Altozano (en la que estuvo la Inquisición) y busca la sombra de la calle Pureza, cada vez más estrecha para poder acomodar a la multitud de la Madrugá esperando a su reina.

Su recorrido es curvo, lleno de casas pintadas de almagre y albero, con sus balconcillos hoy vacíos desde los que cada Semana Santa caerán decenas de kilos de pétalos de flores al paso del palio de la Esperanza.

 

Tras caminar unos minutos se llega a ver la espadaña de la Capilla de los Marineros. Muy cerca está Santa Ana, la catedral de Triana que una vez al año pierde sus poderes para concedérselos a esta pequeña capilla en donde se concentra, como si fuera una bola de luz, la fe, la alegría y los dolores de una multitud que espera pacientemente hasta la dos de la mañana, cuando las puertas se abran y el olor de las flores abra el hueco preciso para que el Cristo de las Tres Caídas inicie el cortejo.

 

Capilla marineros

 

Detrás estará Ella, haciéndose esperar como sólo las reinas saben. Una simple figura de madera, lágrimas de cristal y vestidos bordados que con su sola mirada hará desaparecer las dudas de su simple apariencia. Pues siu cuerpo vacío de    irradia fuerza, una paz inextinguible en el pecho que te hace respirar tranquilo, renovado y fresco, como si el mundo pudiera aún tener remedio y las cosas pudieran reinventarse de nuevo; ser uno lo que siempre quiso ser y saber que la emoción es un llorar riendo, pues acaso todo sea lo mismo y el zen del que tanto habla el visitante pueda tener el rostro de una virgen andaluza caminando por las calles.

 

 

Con todas estas hormigas dentro del pecho se entra en la capilla, se quisiera entrar, pues hoy es imposible hacerlo. La hermandad está ampliando el pequeño templo y su virgen se encuentra en Santa Ana, esperando sin prisa, pues sabe que tiene todo el tiempo del mundo.

Todo el tiempo, porque ya está parado, y aunque el altar se encuentre en restauración y se acompañe con la Virgen del Rosario, La Esperanza reina sobre el aire incensado de la catedral. Un imán atrayendo a los visitantes que se quedan quietos, absortos, perdidos en la mirada tiernamente triste de aquella figura que, de no existir, habría que haberla inventado.

 

Pues la multitud entera y tú sólo ante Ella. Ya sin palabras, sólo el cuerpo ondulado por dentro, Remolinos de colores y acaso imágenes que sólo servirán para recordar lo feliz que puede a llegar a ser uno ante el arte convertido en espíritu.

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Vicente Camarasa

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