¿UN CUADRO AZUL? YVES KLEIN
En 1956, un artista un tanto peculiar, hizo su primer cuadro azul. Se llamaba Yves Klein y se iba a convertir junto a Beuys y Warhol, en uno de los grandes artistas de la segunda mitad del siglo.
Y es que el arte después de la segunda Guerra Mundial había tomado un rumbo imprevisto. Aunque Picasso y Mattisse siguieran produciendo durante mucho tiempo, se habían salido de la pura vanguardia más experimental, y sólo a partir de los 80 se les recuperaría con los Nuevos Salvajes alemanes y la Transvanguardia italiana. El nombre de moda era entonces Pollock y sus grandes cuadros pintados como una batalla contra el cuadro, y más tarde el Pop de Warhol que (más en lo ideológico que en lo material) terminó por darle un rumbo nuevo al arte actual.
Junto a ello, y de forma casi secreta, se estaba generando la gran revolución de la segunda mitad del siglo (y de la que aún vivimos en gran parte): el arte conceptual. Recuperando la idea de arte de Marcel Duchamp y sus famosos ready-made (recordad el urinario fuente), estos artistas comenzaron a plantear el arte en términos muy diferentes, dándole muchísimo más papel al espectador. En este arte el artista se limita a sugerir, a aplntear un problema que ha de continuar el espectador, poniendo una parte de sí mismo para la obra de arte, que ya no sería sólo el lienzo u objeto, sino toda esa interrelación entre espectador y obra.
Junto a ello el pensamiento oriental, presente desde el propio Manet, los impresionistas o los postimpresionistas, vuelve a cobrar una nueva importancia. Intentando resumir al máximo, esta filosofía pretende la unicidad de todo. En ella no caben las características contradicciones occidentales (blanco-negro, día-noche, hombre-mujer, bueno-malo…). Por el contrario, afirma que todo pertenece a todo y se relaciona con todo. (Verdaderamente es difícil explicar, con nuestro lenguaje occidental, siempre tan racional, una filosofía que es ante todo emocional).
Uno de los símbolos más conocidos de oriente, el famoso yin yang, quizás aclare mejor las cosas, pues además de ser un círculo (una rueda que gira, algo que fluye y nunca se detiene, como entiende el mundo el oriental), nos demuestra que en el más puro negro existe el blanco, como en cada hombre hay mucho de femenino o en la más absoluta maldad algo bueno o viceversa. Nos dice también que nada puede ser eliminado sin que todo el sistema quede dañado, pues la armonía de contrarios es en verdad la esencia de la vida, como cualquier biólogo podría decirnos sobre un sistema ecológico, en donde todo (desde la bacteria al león) tienen una unión tan íntima que si desaparece uno terminará por desaparecer el otro.
Ante esta idea desaparece el típico concepto occidental del hombre como rey absoluto de la creación, que la manipula (y extermina) en función de su ambición o placer. Por el contrario, en la filosofía oriental el hombre es parte integrante del todo y como tal debe comportarse. Debe conocerse a sí mismo para conocerlo todo, pues en el interior de cada ser está la Naturaleza entera (como mucho más tarde demostró el descubrimiento del ADN). Para ello debe, ante todo, no dejarse seducir por las puras apariencias (el samrasa), sino buscar la esencia (el famoso nirvana, numerosas veces tan mal interpretado).
Para conseguir llegar a este estado mental se han recurrido a numerosos métodos, desde el movimiento (las artes marciales, el taichi, el yoga), los mantras (canciones repetitivas, como la de los monjes lamaístas) o los mandalas (dibujos geométricos repetitivos, curiosamente muy parecidos a las lacerías islámicas).
Estos mandalas, por tanto, son simples medios para conseguir algo que le parece inconcebible al hombre occidental: dejar quieto el pensamiento, abolirlo y dejar la mente en blanco, sin un solo pensamiento o imagen (intentad comprobarlo, ya veréis lo difícil que os puede resultar).
Por último, y muy relacionado con lo anterior, ya habían existido artistas que antes de la II Guerra Mundial habían intentado llevar a la pintura a la abstracción. Muchos de ellos eran teósofos (una variante occidental del pensamiento oriental), como Kandinsky o Mondrian. En sus obras habían intentado eliminar todo lo que resultase anecdótico para buscar la armonía esencial que permitiera al espectador introducirse en uno mismo sin ningún tipo de distracción figurativa. Un paso más allá había llegado Malevich con su suprematismo. Su último cuadro, cuadrado blanco sobre blanco ya no era nada (en términos tradicionales), pero según el propio autor era una ventana abierta hacia el interior de cada uno de los espectadores.
En este sentido hay que entender el cuadro azul de Klein. Un cuadro que no es un cuadro tradicional, sino un mandala, un medio, un instrumento de búsqueda. Por ello, no intentéis buscar en él lo que podéis encontrar en la pintura tradicional, pues no lo encontraréis. De hecho tendréis que mirar de una forma por completo distinta, sin utilizar vuestra razón (nada de composición, ni iconografía, ni personajes, ni siquiera pincelada). En vez de analizarlo tendréis que sentirlo.
Decía Kandinsky que sus cuadros eran música. Quizás sea la mejor forma de entender todo esto. Tenéis que mirar el cuadro azul como escucháis música. Cogéis el MP3 y buscáis vuestra canción favorita. Si cerráis los ojos os podréis dejar arrastrar por ella hasta perder el sentido del tiempo y el espacio, a veces tanto, que cuando termina, uno siente que aterriza de nuevo en el mundo. Ésa es la idea, mirar sin ver, mirar hasta que se pierda de vista el propio cuadro. Su azul profundo os ha ido poco a poco atrayendo hasta confundiros por él y poder estar libres de las ataduras del mundo cotidiano. Estáis con vosotros mismos, con la esencia y no la apariencia, como diría Jesús Chaparro (al que debo, por cierto, casi todo lo que sé de filosofía oriental).
En el fondo es como encontraros con un espejo. Si lográis concentraros sentiréis cada uno de vosotros cosas distintas, pues os veréis a vosotros mismos; el cuadro sólo ha servido de medio.
Para que ocurriera todo esto Klein estuvo mucho tiempo un color lo suficientemente profundo y seductor a la vez. Cuando lo encontró lo llegó a patentar como IKB. También investigó la forma de aplicarlo para que no quedara ningún rastro de su individualidad (su pincelada), optando por el rodillo sobre una superficie levemente satinada. Incluso dio instrucciones para colgarlo (a qué distancia de la pared) para que el cuadro llegara a flotar sobre el blanco de la pared, pues la idea de ingravidez está muy relacionada con el mundo oriental que tan bien conocía Klein (cinturón negro de judo), pues es la forma de liberarnos de nuestro cuerpo accidental y dejar que nuestra esencia lo llene todo, como una especie de energía interna que se expandiría infinitamente hasta ser todo.
Si queréis en el propio Madrid podéis ver un Azul de Klein en la cuarta planta del Reina Sofía, aunque lamentablemente protegido con un cristal que rompe gran parte de su poder magnético, al reflejar todo el entorno (¡con qué poco se puede acabar con el arte bajo el pretexto de la protección!).
También podéis ir a la planta de entrada del Museo Thyssen en donde se expone un Rothko. Este pintor tiene muchas conexiones con Klein y hay que sentirlo de la misma forma, igual que como se mira el mar y, de repente, nuestros pensamientos se disparan sin lógica hasta que todo se va diluyendo y terminamos por no pensar en nada y hasta nuestra propia respiración se acompasa al ritmo de las olas, su ruido y movimiento sin pausa pero sin angustia. Un estado mental de verdadera placidez en el que conseguimos olvidar nuestras preocupaciones y angustias, pues el mundo que nos rodea desaparece y nos encontramos en plena soledad. Una soledad plena pero no triste, sino algo suave que nos da la sensación de flotar, de no ser nosotros mismos, sino el propio mar.
(Rothko)
Ya os advierto que la cosa no es fácil, pues estamos demasiado acostumbrados a tener miles de estímulos sensoriales en torno nuestro, a hacer, a movernos, al cambio. Pero si lo intentáis podéis conseguir sensaciones sumamente placenteras y estaríais más cerca de la verdad o la esencia o como queráis llamarlo.
Si queréis saber algo más del pintor (aunque le dedicaremos más artículos a su obra asombrosa) podéis entrar en alguno de los enlaces recomendados como http://aprendersociales.blogspot.com/
Si os ha interesado Rothko mirad http://arteyartistas.wordpress.com/2007/11/17/mark-rothko
Si queréis saber más cosas de las filosofías orientales como introducción puede serviros
http://filosofiaoriental.idoneos.com/index.php/371977
En cuanto libros el más fácil para entrar en ellas es el de Borges ¿Qué es el budismo? O cualquier recopilación de poesía oriental (en especial haikú) como Hormigas sin sombra de Maurice Coyaud
Por cierto, si no se ven las fotos, por favor ponerme un comentario y las intento republicar, aunque el cuadro azul y un Rotthko lo cuelgo en el http://www.flickr.com/photos/27852509@N05/sets
Vicente Camarasa
6 comentarios
Cayetana -
Vicente -
Por una parte, si algo trajo el siglo XX fue el hacernos a todos artistas, pues todos tenemos algo que conbtar y las técnicas (las instalaciones, la fotografía, el video) han eliminado los obstáculos de destreza.
Por otra parte, según el feng shui y en general todo el zen, todo está en contacto con todo y cada cosa influye en el resto. Esto ya han empezado a estudiarlo los psicólogos (o Mondrian, que ponía cuadros no para mirar sino para estar allí y crear una atmósfera) e incluso la ciencia, que ha descubierto que el propio investigador influye en el experimento y, en la física atómica, los electrones se comportan con reacciones casi humanas en función de quien los manipule.
En realidad, el arte es simplemente una forma eficaz de comunicar nuestras ideas o sentimientos, e igual que todos podemos escribir aunque nunca lleguemos a ser García Márquez; todos podemos ser artistas aunque no seamos Picasso. Simnplemente se trata de crear un medio nuevo y utilizarlo como canal de comunicación, intentando inspirarse pero no copiar. Ya sabes el dicho: el primero que comparó los dientes de su amada con perlas fue un genio, el siguiente un imbécil
Vicente
Susana -
Perdón, a lo mejor esto suena a barbaridad,va con todo mi cariño, y mi inociencia de la niña llena de preguntas por saber, pero si son las emociones, como nos hace sentir por dentro, si como en el arte taoista del feng shui, la armonia de los elementos, el lugar puede influirnos. Si yo decoro un rincon de mi casa con un color, especial para mí, algún objeto, retrato, planta ... y comtemplarlo me produce algun cambio en mi ser interior, ¿estoy hablando de arte?.
Pilar -
La parte que escribes sobre el yin yang me ha resultado muy interesante pues nunca había llegado a comprender bien el simbolismo.Me ha quedado muy claro
Nuria -
Me gustó bastante lo que dimos de teosofía y sinestesia a final de curso y me dió pena que no diera tiempo a profundizar más.
Cris Xococrispip -
Necesitamos clases particulares, profe!!!!