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Velázquez

LOS RETRATOS REALES DE VELÁZQUEZ (Primera parte: la técnica)

 Cuando Velázquez llegó a la Corte en 1623 ya existía toda una larga tradición del retrato regio que arrancaba de Carlos V y Felipe II. Su creación había sido compleja y partía de dos escuelas.

Por un lado la tradición flamenca que los primeros Austrias traían por herencia familiar (los retratos de Moro caracterizados por su amor al detallismo en joyas y vestidos al que unían una imagen gélida, casi hierática del rey que no sería otra cosa que la idea del rey oculto que tanto utilizó Felipe II con su hermético Escorial)

 

Felipe II por Antonio Moro

 

Por otra parte se encontraba la novedad veneciana que Carlos V añadió por gusto propio. En especial Tiziano dio a estos retratos su capacidad colorística y su pincelada suelta que los hizo más realistas y ópticos.

 

Felipe II por Tiziano

 

La unión de ambos la realizaron los pintores reales de Felipe II (Coello o Pantoja de la Cruz), continuándola otros muchos más mediocres durante el reinado de Felipe III (Bartolomé Sánchez o Rodrigo Villandrado) que Velázquez retiró anticipadamente.

Felipe II. Pantoja de la Cruz

 

¿Qué le añadió a todo lo anterior?

Por una parte (y sin llegar a perder esa frialdad característica) Velázquez les dio a las figuras una penetración psicológica mayor que llegaría a su extremos en los últimos cuadros de Felipe IV en la década de los 50.

Felipe IV

 

Por otra parte añadió su extraordinaria capacidad para manejar el negro (color básico del protocolo austriaco)

 

Añadió también su enorme genialidad para sugerir el espacio a través de medio mínimos, como una silla o una sombra de los pies.

 

El infante don Carlos

Tomado de commons.wikimedia.org

 

Lo que mantuvo, sin embargo, es la construcción mental de la figura, un dato que se suele olvidar (quizás por la propia genialidad de su ejecución).

Si os fijáis, la figura estaba vista desde dos puntos de vista completamente distintos, con la cintura como unión. Así, mientras que la parte superior del cuerpo se ve desde la misma altura que la del personaje, todas las piernas están dibujadas desde un punto de vista bajo, lo cual las hace más altas y más esbelta a la figura, dándole más apariencia real a figuras que no eran nada altas (Tapad con la mano las distintas partes y os daréis cuenta)

Felipe IV en plata.

(Todas las imágenes tomadas de Wikipedia Commons)

 

En la segunda parte analizamos iconográficamente estos retratos

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 Vicente Camarasa

VELAZQUEZ: ESOPO Y MENIPO. UNA SUGESTIVA INTERPRETACIÓN

El libro de Francisco Rico Paisajes con figuras es uno de los más fascinantes que he podido leer en los últimos tiempos, y hablaré de él en nuevos artículos. Por ahora me quiero referir a una sugestiva teoría sobre dos de sus famosos filósofos y vincularla a un artículo que ya escribí hace tiempo sobre el famoso Marte.

Antes de nada os presento a los protagonistas

 

Esopo. Velázquez

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Paintings_by_Diego_Vel%C3%A1zquez

 

 

Menipo. Velázquez

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Paintings_by_Diego_Vel%C3%A1zquez

 

Estos dos personajes no eran nada habituales en el arte clásico, por el contrario, quizás fuera la primera vez que se representaran. Lo que sí eran habituales eran Demócrito y Heráclito. El mismo Rubens los había plasmado en la propia Torre de la Parada para la que se hicieron estos cuadros velazqueños.

En una típica contradicción barroca enfrentaba a un Heráclito llorón y un Demócrito sonriente y cínico. En el fondo las dos formas de enfrentarse al mundo pero, también, ese carácter teatral de toda la cultura barroca en donde todos somos actores que representamos distintos papeles.

 

 

Demócrito y Heráclito. Rubens.

Tomado de ficus.pntic.mec.es/.../05_imagenes.htm

 

Esta idea de los dos temperamentos (y del papel de obra teatral que es la vida humana) es la que sigue Francisco Rico para el análisis de las obras de Velázquez, muy probablemente en emulación con las de Rubens.

 

Menipo era un filósofo cínico del siglo III a. C. Su actitud (Luciano) es la de burlarse de todo y todos, incluyendo la propia sabiduría (fijaros en sus libros tirados en el suelo), pues la vida es algo tan efímero e inestable como el cántaro de estrecha base que hay sobre sus libros. Por eso, mientras nos comienza a dar la espalda, nos sonríe cínicamente, pues nada merece la pena, todo esta perdido de antemano

A su lado nos encontramos con Esopo, el fabulista griego, antiguo esclavo (como nos señala el balde de agua) que se aferra a los libros con ansia aunque su cara nos vuelve a decir que todo está perdido y ya no queda ni la risa.

Existe junto a sus pies un curioso detalle que a mi siempre me había pasado desapercibido. Fijaros, una especie de corona de rey. Un puro atrezzo de mala comedia. ¿No será, de nuevo, una referencia al teatro? Un teatro de la pura decepción en el que a unos les toca ser reyes y a otros esclavos, aunque la muerte nos igualará a todos; será el final de la función. (pero falsa, tanto como las que nos regalan con los roscones de Reyes).

 

¿No os recuerda todo esto a los versos de Calderón?

 

Sueña el rey que es rey, y vive
Con este engaño mandando,
Disponiendo y gobernando;
Y este aplauso, que recibe
Prestado, en el viento escribe,
Y en cenizas le convierte
La muerte (¡desdicha fuerte!);
¡Que hay quien intente reinar,
Viendo que ha de despertar
En el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza
Que más cuidados le ofrece;
Sueña el pobre que padece
Su miseria y su pobreza,
Sueña el que a medrar empieza,
Sueña el que afana y pretende,
Sueña el que agravia y ofende;
Y en el mundo, en conclusión,
Todos sueñan lo que son,
Aunque ninguno lo entiende.

 

Si el mundo es pura apariencia… eso es barroco. Pero un barroco pesimista, mucho más terrible que el de un Rubens que aún cree en la risa y el llanto. Algo que  ya analizábamos al comentar el cuadro (¡curioso!, también presente en la misma Torre de la Parada) de Marte pensativo.

 

Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Descanso_de_Marte

 

Una cultura del desengaño, una nueva (pero siempre sutil) advertencia sobre lo que ha de venir hecha por un pintor que más fue un filósofo y nos dejó sus comentarios sin escribir una sola palabra.

 

Para saber más

Buscando imágenes para este artículo me he encontrado con una magnífica página que incide en algunos argumentos y de la que he tomado algunas ideas y el fragmento de la Vida es Sueño de Calderón. Merece mucho la pena. Los enlaces más cercanos a este artículo son

 

http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/junio_00/13062000_02.htm

http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/octubre_99/19101999_02.htm

http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/agosto_08/05082008_02.asp

 

Vicente Camarasa

HACIA UNA INTERPRETACIÓN DE LAS MENINAS

Le echábamos de menos a nuestro Jesús Mazariegos, pero otra vez lo volvemos a tener en el blog para deleitarnos.

Muchas gracias por seguir con nosotros

Te necesitamos tanto

 

Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Las_Meninas

 

(Basado en un artículo de Jonathan Brown)

 

¿Una escena intrascendente?

El cuado Las Meninas es considerado, desde hace tiempo, como una de las obras maestras del arte occidental. Para muchos es "el cuadro de los cuadros", el más alto exponente al que ha llegado la pintura. Al observarlo, enseguida surge la contradicción entre forma y contenido. Su gran tamaño y su insuperable técnica contrastan con lo intrascendente del argumento: un grupo informal de personas en el estudio del artista.

Esa tensión entre forma y contenido es la que justifica la irresistible fascinación que el cuadro ha ejercido sobre escritores y artistas. Críticos, eruditos, poetas, autores teatrales y filósofos, han intentado llegar a su esencia buscando una explicación definitiva de su significado. Actualmente no existe una respuesta completa ni segura a los enigmas que el cuadro ofrece.

Se sabe, desde hace tiempo, quiénes son sus personajes. Ya en 1724, Palomino había identificado a casi todas las personas que aparecen en el cuadro. En el centro del primer plano se encuentra la infanta Margarita María, atendida por dos damas de honor o meninas: la de la izquierda es María Agustina Sarmiento, quien ofrece agua a la Infanta en una jarrita de barro, la del otro lado es Isabel de Velasco. En el ángulo derecho están los enanos Mari Bárbola y Nicolás Pertusato. El plano medio lo ocupan doña Marcela de Ulloa, señora de honor, y un guardadamas sin identificar. Tras ellos, en la puerta abierta, está José Nieto, aposentador de la reina. Al lado izquierdo está Velázquez. En la pared del fondo, reflejados en el espejo, están los reyes Felipe IV y Mariana de Austria.

Los intentos de comprensión de la escena se pierden en un bosque de especulaciones. Nadie se pone de acuerdo sobre qué hacen las figuras y por qué razón se ha formado el grupo. En el inventario de 1666, el cuadro se titula “Su alteza la Emperatriz con sus damas y un enano”. En 1734 se le menciona como “La familia del rey Felipe IV”.  En 1843 recibió en nombre de “Las Meninas” cuando Pedro de Madrazo lo incluyó así en el catálogo del Museo del Prado.

 

Una intención muy especial

A finales del siglo XIX el cuadro se interpretaba como una pintura de género de inigualable espontaneidad y verosimilitud, es decir, como una instantánea de la vida de palacio captada por un agudo observador y comparable a una fotografía. En 1949 Charles Tolnay publicó un artículo en el que ofrecía una lectura de Las Meninas como alegoría de la creación artística, donde el pintor ha puesto especial énfasis en plasmar el proceso espiritual y subjetivo de la creación artística. Esta vía de interpretación es la que ahora se sigue, pero insistiendo en la importancia que se da al status social del arte de la pintura.

No hay duda de que Velázquez quiso hacer una pintura fuera de lo ordinario, con una clara voluntad de maravillar al espectador. El tamaño, la compleja composición y la insuperable técnica, son signos que denotan una deliberada voluntad de crear una pieza muy especial. Entonces ¿qué esperaba Velázquez demostrar con tan prodigiosa exhibición de talento?

Volviendo a mirar el cuadro, ¿qué es lo que sucede dentro de él? El análisis del argumento arranca de una de las cualidades más llamativas de la obra: la sensación de movimiento paralizado que se deduce de las actitudes y miradas de los personajes, así como la mirada que dirigen hacia fuera tres de las figuras. El grupo de personas del interior del cuadro es interrumpido por algo que sucede fuera de los límites del cuadro.

La acción se desarrolla del modo siguiente. La Infanta ha venido a ver trabajar al artista y, en algún momento, ha pedido agua que ahora le ofrece la dama arrodillada de la izquierda. En el momento en que ésta le acerca a la princesa una pequeña jarra, el rey y la reina entran en la habitación, reflejándose en el espejo de la pared del fondo. Una a una, aunque no simultáneamente, las personas congregadas comienzan a reaccionar ante la presencia real. La dama de honor de la derecha, que ha sido la primera en verlos, comienza a hacer la reverencia. Velázquez ha notado también su aparición y detiene su trabajo con un gesto como si fuera a dejar la paleta y el pincel. Mari Bárbola también acaba de percatarse de la presencia de los reyes pero todavía no ha tenido tiempo de reaccionar. La princesa, que ha estado viendo cómo Nicolás Pertusato jugaba con el perro, mira de repente hacia la izquierda, en dirección a sus padres, aunque su cabeza aún está vuelta en dirección al enano. Esta es la razón del extraño efecto de dislocación entre la posición de la cabeza y la dirección de su mirada. Finalmente, Isabel de Velasco, ocupada en servir agua a la princesa, no se ha dado cuenta de la presencia de los monarcas. Lo mismo le ocurre a la dama de honor, en conversación momentánea con el guardadamas, el cual, por su parte, sí acaba de percatarse.

 

La presencia real

La llegada de los reyes no sólo aclara el efecto de instantaneidad y aclara las actitudes de las figuras, sino que, además, confirma el hecho de que el espejo de la pared del fondo refleja a las personas del rey y la reina. Los reyes, pues, están físicamente presentes en la habitación, hecho que Velázquez subraya convirtiéndolos en catalizadores de la acción. Todos los ojos se fijan o están a punto de fijarse en Felipe IV y su esposa. El atavío y la actitud del aposenta­dor de la reina también nos confirma la presencia real, pues, según la etiqueta de la corta, el aposentador tenía que estar  "al servicio de Su Majestad, con capa pero sin espada ni sombrero, para abrir las puertas según se le ordene. José Nieto está con el sombrero en la mano izquierda y la capa echada sobre los hombros, de pie frente a la puerta que acaba de abrir y por la que, enseguida, van a pasar el rey y la reina. Así pues, Velázquez nos ha proporcionado numerosas, aunque sutiles, indicaciones de cuál es el factor crucial de la pintura: la epifanía real.

A pesar de la apariencia intrascendente, lo que Velázquez nos muestra es un suceso verdaderamente extraordinario. No se conoce ninguna pintura anterior en la que se haya representado juntos a un monarca vivo y a un pintor en plena tarea. Por supuesto, Velázquez nos muestra al rey y a la reina indirecta­mente, por cortesía de su elevada posición. Igualmente, por razones de decoro, Velázquez no ha utilizado para la escena la habitación que usaba como estudio sino una mayor y más solemne.

La presencia de un monarca en el estudio de un pintor constituye un tópico tradicional de la teoría artística. Ya Plinio, en su Historia Natural, se refiere a que Alejandro Magno hacía frecuentes visitas al estudio de Apeles, al que concedió el privilegio exclusivo de pintar su retrato. Estas noticias de Plinio, muchos siglos más tarde, serían utilizadas como argumento en un debate teórico de la mayor importancia: la afirmación de que la pintura es un arte liberal y noble. En consecuencia, los pintores son verdaderos artistas con derecho a disfrutar de las ventajas de una elevada posición social.

En su batalla por conseguir que la pintura fuese aceptada como arte liberal, los teóricos utilizaron a menudo como arma las famosas relaciones entre Alejandro y Apeles. El argumento empleado era el siguiente: un arte favorecido por los reyes debía ser, ipso facto, un arte noble, pues un rey solamente honraría con su presencia y favorecería una actividad digna de su propia y exaltada condición. En consecuencia, la presencia del soberano ennoblecería el arte.

 

Dignidad y nobleza de la pintura

La batalla por la dignificación de la pintura había comenzado en Italia en el siglo XV y cosechó sus primeros triunfos en el siglo XVI. Un hito importante en este proceso se produjo en 1533, cuando Ticiano fue nombrado Caballero de la Espuela de Oro y Conde Platino por Carlos V. En la cédula de su nombra­miento se hace expresa mención del precedente de Alejandro y Apeles:  "Tus dotes como artista y tu genio para retratar personas del natural nos parecen tan grandes que mereces ser llamado Apeles de nuestro tiempo. Siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores, Alejandro Magno y Octavio Augusto, de los que el primero sólo quiso ser pintado por Apeles y el segundo sólo por los más hábiles maestros, Nos hemos sido pintado por ti y has demostrado tan bien tu habilidad que nos ha parecido conveniente distinguirte con honores imperiales, como muestra de la estima en que te tenemos y para que sirva de memoria a la posteridad”.

Velázquez, que había viajado por Italia y que poseía un ejemplar de Plinio además de numerosos tratados italianos en defensa de la pintura, tenía que conocer bien estos hechos. Por otro lado, había recibido su formación en el taller de uno de los máximos defensores españoles de la dignidad de la pintura, su suegro, Pacheco. En diversos pasajes de Arte de la pintura, escrito por Pacheco, el autor se dedica a mostrar la nobleza de la pintura como arte liberal, echando mano de la anécdota del monarca que visitaba en el estudio a su pintor favorito. En el capítulo sexto del Libro Primero, titulado  De las honras favores que han recibido los famosos pintores de los grandes príncipes y monarcas del mundo, Pacheco insiste en la leyenda de Alejandro y Apeles y aduce el ejemplo moderno de Ticiano y Carlos V. El capítulo octavo del Arte de la pintura, lo titula  "De otros famosos pintores desde tiempo favorecidos con particulares honras por la pintura" y aduce ejemplos de artistas modernos que recibieron favores de príncipes y reyes, no dudando en escoger a su yerno Velázquez, situándolo a la par con los grandes pintores del pasado que habían recibido el mecenazgo y la amistad de los monarcas: no es creíble la liberalidad y agrado con que es tratado de un tan gran Monarca (Felipe IV), tener obrador en su galería y Su Majestad llave de él, y silla para verle pintar despacio casi todos los días.

Estas referencias nos proporcionan un amplio contexto para la interpretación de Las Meninas: en el lienzo vemos a Velázquez interpretando el papel de Apeles y a Felipe IV el de Alejandro. El paralelo resulta exacto porque Velázquez, al igual que Apeles, poseía el derecho exclusivo de retratar a su soberano. La conclusión es que Las Meninas puede ser considerado como el documento de unas relaciones excepcionales entre Velázquez y Felipe IV, relaciones que avalan la nobleza del arte pictórico.

 

En el propio cuadro hay muchas claves que ayudan a descifrar el gran jeroglífico que es Las Meninas, como la llave que Velázquez lleva en el cinturón, la temática de los cuadros de las paredes y el hecho de que fueran copias, la importancia de la perspectiva y de las matemáticas como cosa mental y no “manual” el tamaño casi natural de la obra, que permite al rey verla con absoluta propiedad, reflejándose en el espejo, etc.

La propia vida de Velázquez, la marginación que sufre en la corte por el hecho de ser pintor y su lucha por llegar a ser caballero, cosa que sólo conseguirá por la intervención directa del rey, es otra clave fundamental para entender el cuadro no sólo como proclamación de la nobleza de la pintura sino como afirmación de la posición en la corte del propio Velázquez.

En gran enigma es saber qué es lo que Velázquez está pintando. La tesis tradicional (al margen de la interpretación que se ha explicado aquí) es que está retratando a los reyes, aunque el bastidor parece demasiado grande para un retrato. Julián Gállego dice que Velázquez está pintando, precisamente, Las meninas, con lo que se alcanzaría un complicado juego conceptual digno de la mente del pintor, y con lo que la interpretación anterior se cerraría con absoluta coherencia: Velázquez está proclamando la nobleza de la pintura y su propia nobleza, y lo hace delante del rey, lo que quiere decir que el propio rey avala y respalda con su presencia tal manifiesto.

La pintura es noble porque está al servicio del monarca; y el monarca conoce y respalda esta afirmación.

 

Jesús Mazariegos

 

VELÁZQUEZ Y LA MELANCOLÍA. MARTE PENSATIVO

 

 

 

 

Velázquez. Marte pensativo

Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Descanso_de_Marte

 

Como ya señaló Angulo, esta imagen de Marte pensativo que adornaría la torre de la Parada (lugar de cacerías), se basa directamente en una obra clásica, el Ares Ludovisi de Apoxiomeno.

 

Ares Ludovisi. Copia de Lisipo. Siglo IV a. C.

Tomada de

 http://en.wikipedia.org/wiki/File:Ares_Ludovisi_Altemps_Inv8602_n2.jpg

 

Esto vuelve a reafirmar (como ya se vio en la exposición del año pasado) tanto la cultura clásica que tuvo Velázquez como lo provechoso que le fue su primer viaje a Italia (del que mantendría recuerdos durante toda su vida, inspirando obras como las Hilanderas desde la Capilla Sixtina o la Venus del Espejo del Hermafrodita dormido).

Otra cosa muy distinta es saber para qué se realizó esta obra, cuál es su verdadero significado. Tradicionalmente (Gállego) se ha interpretado como una visión pesimista de la realidad histórica de nuestro propio imperio, las derrotas a sus tercios, antaño invencibles. Por ello, Marte (el dios de la guerra) se muestra pensativo (recordando así a las Capillas Mediceas de Miguel Ángel), de una manera totalmente antiheroica (el escudo caído, la musculatura flácida, el bigote sin fuerza…). Una especie de Alastriste llegado a su extremo, comprendiendo la caída fatal del Imperio.

 

Sin descartar esta interpretación últimamente se insiste  en una visión más global, la del desengaño y melancolía que invade la segunda mitad del siglo XVII (De la Flor). No hace falta que busquemos demasiado para encontrar estos síntomas de desengaño en intelectuales de la época: Quevedo, Lope o Calderón

 

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes ya desmoronados

de la carrera de la edad cansados

por quien caduca ya su valentía.

 

Salíme al campo: vi que el sol bebía

los arroyos del hielo desatados,

y del monte quejosos los ganados

que con sombras hurtó su luz al día.

 

Entré en mi casa: vi que amancillada

de anciana habitación era despojos,

mi báculo más corvo y menos fuerte.

 

Vencida de la edad sentí mi espada,

y no hallé cosa en que poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.

 

Quevedo

 

Y mucho antes incluso el propio Cervantes, especialmente en su segunda parte del Quijote, en donde el caballero andante poco a poco recobra el juicio y con él retorna una realidad gris y monótona, sin aventuras que emprender.

  

Es la cultura del desengaño que invade una gran parte de nuestro siglo de Oro. Una consecuencia de la situación política, moral o científica que hace desconfiar de la realidad y del mundo, fuente de de engaños y tristezas.

Su posición más extrema ya la hemos visto en ese culto a la muerte que vimos en un capítulo anterior. La multiplicación de calaveras, vanitas, la espectacular conmemoración de la Semana Santa. (Es la vía del Ecliasastés, lectura bíblica referente de la época, de una desesperanza casi suicida, De la Flor, un desesperado pensamiento que considera la historia como un cúmulo de tragedias que culminarán en la derrota final, una historia triste (Benjamín) que nos llevará hasta la salvación con la llegada de la tercera Parusía, la tercera vuelta de los Reinos de los Cielos ante la cuel debemos, antes, penar)

 

Una segunda salida será la de esconderse ante el mundo, negándolo a través de la idealización completa. ¿Para qué recrearse en una realidad tan descorazonadora?, pensarán artistas como Alonso Cano o Murillo mientras  pintan o esculpen sus Vírgenes bellas, los pilluelos de la calle, sucios pero alegres.

 

 

Murillo. Inmaculada

Tomado de http://www.spanisharts.com/history/barroco/barroco_murillo.html

 

(Habría otra tercera vía, la de vivir la vida apurándola en tragos largos, aquella del que brillará fulminantemente pero sólo unos instantes, como la del Conde de Villamediana)

 

 Frente a estos dos caminos, Velázquez opta por una vía intermedia. Ni arrastrarse por la desesperanza ni inventarse un mundo, simplemente representar lo que hay con una melancolía del que sabe que todo se destruirá . Basta pensar en algunos de sus bufones que miran el mundo sin comprenderlo, y no por falta de capacidad sino porque ya es imposible hacerlo. Son, en el fondo, un retrato colectivo de la sociedad, una exaltación de la locura lúcida (como la del licenciado Vidriera de Cervantes) que no quiere abandonar la enajenación, pues de nada valdría

 

El bufón calabacillas. Velázquez

Tomado de

http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Diego_Vel%C3%A1zquez

 

Son los retratos últimos de Felipe IV y su íntimo descorazonamiento. Son, también, los juegos teatrales, la multiplicación de la realidad que generan los espejos, que abundan en la obra final de Velázquez. ¿En que termina la exquisita belleza de la Venus del Espejo? En un espejo emborronado que sólo consigue darnos la imagen confusa de un espectro. (¿Será acaso una vanitas encubierta?) ¿Quiénes son realmente las hilanderas? La fábula moral de final inapelable: no nos podemos atrever a rebelarnos contra los dioses o nuestro destino, pues seremos castigados.

 

 

 

Las Hilanderas

Tomado de

 http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Diego_Vel%C3%A1zquez

 

Bajo esta perspectiva las Meninas cobrarían una nueva luz. Una corte llena de bufones que comparten espacio con los reyes, las monjas y los servidores, en una habitación oscura ; un gran cuadro vuelto al revés en el que aparecería ¿la realidad? Velázquez mirando fijamente para pintar la melancolía de un mundo en sus últimos alientos que ya es más teatro que realidad. Se ha abusado tanto de las apariencias que sólo ellas han conseguido sobrevivir en el naufragio y habrá trajes de telas preciosas en un palacio en donde no había para cenar algunas noches los reyes, movimientos pausados, gestos graves que sólo (de nuevo) el loco (Pertusato) no quiera entender y juega con el perro

 

 

Las Meninas

Tomado de http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Diego_Vel%C3%A1zquez

 

Pues las certezas han desaparecido. El rey se ha convertido en un turbio reflejo, Dios les ha abandonado en los campos de batalla frente a los herejes, que al final han triunfado. Los grandes planes del Conde duque naufragaron y entre la multitud de los nuevos validos hay una monja de clausura (Sor María de Ágreda) que mantiene una compleja relación epistolar con el rey y marca la ideología de sus decisiones.

La visión del mundo un segundo antes de desaparecer. Acaso son eso las Meninas (también), como tal vez volviera a comprender Goya con su familia de Carlos IV, utilizando para ello el ejemplo de las Meninas

 

Para saber más 

Un comentario muy interesante del cuadro de Marte pensativo lo tenéis en

http://es.wikipedia.org/wiki/Descanso_de_Marte

 

Vicente Camarasa

VELÁZQUEZ. CÓMO PINTAR EL COLOR NEGRO

 

Velázquez. Retrato de Martínez Montañés

Tomado de

https://sdelbiombo.blogia.com/upload/externo-479a99b41bdd4d0e5c4f25497d784b2a.jpg

 

El negro es un no color, pues es la falta de todos, y habitualmente ha sido utilizado en la pintura como una forma de neutro para generar oscuridad (Caravaggio)  o remarcar con su fuerza (si es utilizado en línea) un aspecto determinado, los perfiles, los detalles… (desde la pintura egipcia al románico)

Sin embargo, Velázquez hizo del negro uno de sus colores habituales, y no para completar los fondos, sino en los propios personajes. Estaba obligado a ello. La moda española lo había adoptado como color de prestigio desde Felipe II y la imposición del protocolo borgoñés.

Así, desde los reyes a los bufones, utilizan el negro como color cortesano por excelencia, obligando al pintor a manejarlo como ya habían hecho los anteriores pintores de Corte (Antonio Moro, Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz…)

Ante ese impedimento, y sin gritos, sin excesos, suave y aparentemente fácil como parece todo en Velásquez, el pintor sevillano fue trabajando sobre este tipo de color, desde sus negros mezclados con rojizos y marrones del primer periodo sevillano o los negros plateados finales.

El cuadro con el que se abre este artículo es, en este sentido, uno de los ejemplos más espectaculares de cómo llego a manejar Velásquez este no color, con tal maestría que consiguió no sólo sacarle luces (con destellos plateados) sino incluso sombras sobre el propio negro, distintas tonalidades dentro de él, llegando incluso a producir efectos táctiles (texturas) usando sólo ese color.

 

Que yo conozca, pocas veces se ha llegado a este grado de virtuosismo y sólo Manet, admirador incondicional de Velázquez, se volverá a atrever a utilizar el negro con toda su inquieta presencia, dejándole dominar sobre muchos de sus cuadros

 

 

Manet. Berthe Morisot

Tomado de wikimedia.org

 

Vicente Camarasa

 

PARA SABER MÁS COSAS DE VELÁZQUEZ

Sobre su técnica pictórica

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Velázquez y Rembrandt 

 .

 Sobre Velázquez y el Conde duque

Retratos de Velázquez de los Austrias: Felipe III  y Felipe IV

 .

Caravaggio y su influencia en Velázquez