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sdelbiombo. Una mirada artística al mundo

MIS HORRORES FLORIDOS

LA TORRE CAJASOL DE PELLI. CUANDO LO MODERNO ES UN RETROCESO

Nunca me cansaré de repetirlo. Sevilla y Roma son las ciudades más bellas del mundo. Sus monumentos, su callejero, sus vistas no tienen comparación alguna. Sin embargo, a menudo la modernidad tiene trampas terribles; precisamente de una de ellas me gustaría hablar.

Se llama la torre Cajasol (aunque los sevillanos ya la han rebautizado como Caralsol) y su arquitecto (parece mentira) es una de los grandes de este siglo: César Pelli (autor, entre otras, delas Torres Petronas).

Su proyecto no deja de ser un chiste algo repetido que puede encontrarse en muchas partes del mundo, y realmente poco aporta a la historia de la arquitectura.

Tomado de http://www.urbanity.es/foro/rascacielos-y-highrises-andl/1242-sevilla-torre-cajasol-178m-40p-cesar-pelli.html

Sin embargo sí que afecta al urbanismo y estética de toda una ciudad.

Fijaros, ésta sería la vista de Sevilla tras su construcción

Desde la torra del Oro

Tomado de http://www.layesca.org

Parece mentira que a estas alturas no nos demos cuenta de que la ciudad y sus entornos son organismos frágiles, construidos largamente por la historia y sus azares que un simple gesto puede desbaratar. ¿No aprendimos ya con la torre de Valencia frente a la Puerta de Alcalá?

http://zaragozando.blogia.com/temas/de-viaje.php

Los monumentos (ya lo sabían los griegos y los romanos) se insertan en un entorno que los embellece o los puede destruir y el siglo XIX ya fue demasiado demoledor para ahora añadirle nosotros (a los que se nos presume una mayor sensibilidad) nuevos horrores floridos que nos reduzcan la mirada. ¿No hemos aprendido nada de urbanismo? O quizás peor; lo hemos desaprendido, pues ya los griegos de Pericles tenían en cuenta el entorno a la hora de crear la Acrópolis

Todo esto es aún más sangrante en una ciudad tan bella y sugerente como Sevilla en donde aún tenemos el privilegio de sentirnos arropados por un tiempo que ya no existe más que en contados lugares del mundo.

Por eso quiero aportar mi pequeño granito de arena a la plataforma contra esta torre y dejaros un enlace si queréis saber más de su desastre urbanístico

http://ciudadaniacontralatorrepelli.blogspot.com/2010/07/sevilla-no-necesita-un-rascacielos.html

 

 Vicente Camarasa

UN KITSCH MORAL. EL CHECKPOINT CHARLIE EN BERLÍN

Esta vez el horror florido no tiene esa carga un poco ridícula que caracteriza a muchos de ellos. De hecho, ante él, no podemos ser camp postmodernos, pues no podemos ser irónicos, ya que su problema no es una belleza excesiva ante un tema indiferente sino algo muy distinto: una reconversión en puro espectáculo de un hecho histórico verdaderamente terrible.

Como seguro recordaréis, tras la Segunda Mundial se inició la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, siempre bajo la amenaza de la guerra atómica. Uno de sus principales símbolos del periodo fue el famoso Muro de Berlín que dividió la ciudad en una parte capitalista de otra comunista, evitando que los segundos pudieran huir de un régimen cada vez más dictatorial.

 

Dentro de este muro existieron algunos controles fronterizos (como la famosa Puerta de Brandenburgo que habréis visto en las películas de espías). Otro de ellos fue el Check Point Charlie: una instalación del ejército nosteamericano.

De él queda aún la caseta de madera protegida por sacos terreros (ahora ya falsos, pues son de cemento) del puesto de control En sus alrededores ha ido desapareciendo el muro y la calle se ha llenado de tiendas de souvenir y puestos callejeros en donde se venden reliquias del comunismo (gorros de piel del ejército de la URRS, insignias, partes inutilizables de armas…).

 

 

 

Sin embargo el verdadero horror florido se produce en el mismo puesto de control. Dos actores vestidos de militares, hacen que custodian el puesto mientras enarbolan banderas francesas, inglesas o americanas… y cobran un euro al visitante que quiera hacerse una foto con ellos.

 

 

Y aquí se encuentra lo innoble. Lo que fuera un lugar de terror, se ha transformado en un puro objeto turístico, se ha banalizado y convertido en un juego, una pequeña diversión del visitante.

Un lugar que habla de la falta de libertades ahora es un simple souvenir más, olvidando todos los horrores que causó esta división y las centenas de muertos que lo fueron intentando atravesar el muro.

 

 

 

Realmente sería como si en Paracuellos hubiera una gran foto de su matanza durante la Guerra Civil con un agujerito en el medio para sacar la cabeza y hacerse una foto. Como si en Guernica pusiéramos una instalación de aviones de la legión Cóndor y por el precio de un euro más, además de hacernos una foto en los aviones, pudiéramos también destruir una casa de la que saldrían ardiendo mujeres y niños en medios de gritos, perfectamente conseguidos por la tecnología virtual.

No sé si logro explicar el asco que me produjo todo aquello, pues me pareció una verdadera profanación a la memoria de los muertos pero también de los que aún viven y tuvieron que resistir que la política les pusiera un muro que separó una ciudad y sus familias, sus amigos, sus antiguos trabajos. Simplemente intentad imaginarlo poniendo mentalmente este muro en una parte de vuestro barrio y pensad lo que podría suponer todo esto casi durante 30 años.

Pues ya sabemos que el turismo (especialmente el masivo) termina por banalizar las cosas (de ahí la idea de souvenir), ya que el turista mucha veces carece de verdadera información para entender lo que está viendo (o no le interesa tenerla, pues siempre es trabajoso eso que se llama pensar). Pero esto me parece excesivo, grotesco, ya que la memoria es demasiado importante como para convertirla en una atracción de feria.

 

Vicente Camarasa

 

NUEVOS HORRORES FLORIDOS

Es verdad que todos tenemos en casa unos cuantos horrores floridos...me he puesto a buscar y he encontrado cosas como estas: (la calidad de las fotos es pésima por la sencilla razón de que las he hecho yo, que tengo parkinson agudo y ninguna idea de hacer fotos decentes)  

1- El Harry Potter-Michael Jackson. Lo tengo colgado en mi cuarto porque fue un regalo de un familiar que al parecer se acordó de que me gustaba "el Harry Potter ese". El misterio es qué narices es este ser en realidad...hemos especulado mucho y la hipótesis más convincente es que se trata de Michael Jackson disfrazado con una capa, una escoba y unos zapatos de payaso, pero creo que todavía puede dar pie a más teorías. A mí lo que me vuelve loca es el detalle de los labios pintados Xd

 

 

 

2- Más horrores floridos que hay por mi cuarto: los típicos recuerdos de bodas, bautizos y comuniones. Y luego el marco de la foto, que es un auténtico horror florido de por sí. (Como curiosidad, habría que saber que la niña de la foto soy yo, y la cosa que llevo puesta una especie de peto con el que me martirizaron durante casi cinco años de mi pobre infancia, ya que es uno de estos que te compran tres tallas mayor "para cuando crezca").

 

 

 

3- La tortuga-hucha y la cosa-sin-uso-conocido (parece un jarrón, pero está tapado, no es un cenicero de forma extraña y tampoco sirve para echar colonia ni nada por el estilo). La tortuga es buenísima, en teoría es una hucha de esas que se rompen para abrirlas, pero nunca la hemos usado para meter dinero.

 

 

4- Esto no sé si es un recuerdo de boda o un regalo de amigos, pero vamos, que son "monísimos" igualmente. Y tienen postizos y todo.

 

Nuria Zapardiel

AMISTAD Y HORRORES FLORIDOS

 

Los amigos no deben sentirse ofendidos porque consideremos sus regalos como Horrores Floridos  porque a lo mejor ellos son Camp y nosotros no hemos alcanzado ese nivel. Pero no hay problema siempre haremos un viaje donde podamos encontrar algo mucho más terrible y decirles muy cariñosamente que nos hemos acordado de ellos y de su estética camp delante de la tienda de souvenirs del coliseum de Roma.(o del acueducto de Segovia)

 

 

 

Aviso: esta costumbre de traer recuerdos a los amigos se vuelve peligrosa para la salud. Practicarla con moderación.

 

Cayetana

NUEVAS APORTACIONES TEÓRICAS A LOS HORRORES FLORIDOS

Tomado de http://www.anniesattic.com/crochet/detail.html?prod_id=22832

Claro, pero a lo mejor es un problema de desconocimiento de otras "culturas", juro que estas fotos son de productos de tiendas yankis que están a la venta hoy en día, y podría poner cientos.

Pero nunca os habéis preguntado si esas cosas que los chinos ponen en los escaparates, de verdad, ¿se venden?, porque a lo mejor es al revés, si tienes el valor de parar aunque solo sea a mirar  uno en público, te pagan una recompensa o algo así. Pero me temo que esto es como la tan discutida TV, en el arte puede que no, pero en el mercado si lo hay, es porque se vende.

!Ah! y otro capitulo, sobre esas cositas que tenemos por casa, si las hemos comprado nosotros vale, pero y si son un regalo, una muestra de aprecio, ¿si podemos ofender al personal?, si en la próxima visita notan la ausencia de sus presentes.
Y ya como remate y si es el Florido es fruto del trabajo de tus nanos; pues yo te lo digo, al salón y en preferente, y al final, convencida de la belleza del "susodicho" vas y no queda bicho viviente que pise tu casa que no pase por el mal trago de tener que alabar las cualidades artisticas de tu criatura. !Palabrita de Mari!
Susana

LOS HORRORES FLORIDOS. Koons y yo mismo

Por favor, mira estas dos fotos

 

Extraída de http://realestalker.blogspot.com/2008/03/update-michael-jackson_28.html

 

 

Son obra de un autor norteamericano llamado Jett Koons, un artista sumamente polémico desde hace años tanto por sus obras como por su vida privada (casado con una famosa actriz porno italiana que le sirve en muchas ocasiones como modelos). Una de sus grandes líneas de trabajo son las esculturas de objetos cotidianos hiperestetizados, es decir, de objetos en los que el tema no se corresponde con la ejecución, tan detallista, tan pretendidamente bella que llega a los límites del ridículo.

En estética calificaríamos a estos objetos como Kitsch. La palabra deriva del alemán y significaría de prisa, lo que decían los turistas ante la necesidad imperiosa de comprar algo referente a la obra de arte. Algo parecido, al menos semejante, pero que no es obra de arte por su serialización (las obras se producen en serie sin ningún interés artístico sino simplemente para calmar este impulso consumista de poseer la obra de arte) y también por su falta de gusto.

Más apariencia que esencia. Una pura y burda copia de aquello que nos produjo una emoción y que en la actualidad se ha popularizado hasta el extremo en el mercado del souvenir.

Porque, ¿Quién que no haya estado en París se ha podido resistir a comprar una torre Eiffel de plástico plateado que termina encima de la televisión? ¿Quién no tiene una caja de conchas comprada en un veraneo, una giralda de plástico? ¿No habéis visto comprar compulsivamente a los turistas extranjeros toros, bailadoras o carteles de toros con su nombre puesto?

Y lo peor, cuando se vuelve a casa y se mira el objeto adquirido, ¿quién no ha pensado pero esto qué hace aquí, como pude comprar una cosa tan hortera?.

 

¿Por qué nos pasa esto? ¿Qué extraña enfermedad nos aqueja durante nuestros viajes?

Benjamín decía por los años 20 del siglo XX que la reproductivilidad mecánica había acabado con la obra de arte, le había quitado ese aura indefinible que tenía al objeto único, toda su carga de historia, su poder magnético… Sin conocerlos todavía estaba definiendo por completo este mundo del souvenir, del recuerdo falso, carente de belleza.

 

Esto es lo que llamamos kitsch, aquello que se parece al arte pero es claramente falso. Kitsch sería el Chikilicuatre, las flores de plástico o ciertas figuritas de las tiendas a tofo un euro… Una horterada, como diríamos en lenguaje vulgar. Una horterada que los demás detectan (y acaso nosotros mismos también) como una corrupción del gusto estético, un querer pero no poder, la belleza que nunca pudo ser pero ante la cual nos sentimos, en el fondo, fascinados.

Es algo que nos ocurre a todos por mucha educación estética que tengamos, y así debemos asumirlo, pues es normal en esta cuestión ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Todos somos un poco horteras en el fondo de nosotros mismos.

 

Sin embargo, la nueva estética de la posmodernidad (el movimiento cultural iniciado en los años 80 y en el que aún vivimos) nos puede consolar, y mucho. Una crítica de gran relevancia, Susan Sontag, se refirió a lo camp, y gracias a ello nos podemos salvar. Lo camp viene a decir que no son los objetos sino la mirada o la actitud de la persona la que puede caer o no en las horterada. Así, una cosa kitsch puede ser utilizada por alguien elegante si sabe que es kitsch (estos juegos de palabras son muy típicos de la posmodernidad, lo intentaremos aclarar un poco)

La idea es sencilla. Mientras yo sepa lo que es kistch no hay problema, pues podré mirarlo e incluso disfrutarlo con una cierta mirada irónica. Sí, sé que me gustan cosas horteras pero tengo también buen gusto, que quede claro, ¿eh? Sólo lo hago para distinguirme de los demás, ser diferente a esa plebe que sí se cree su falsa belleza. Yo soy culto, y por eso puedo jugar, porque sé realmente dónde están las reglas y sólo me las salto cuando quiero, como una pequeña maldad

Éste sería, más o menos, el pensamiento camp. Una forma elitista de enfrentarse al mundo de la cultura y (según algunos) justificar al hortera que todos llevamos dentro. Su origen lo podríamos enconrtrar en Dalí (al que le fascinaban este tipo de objetos y los coleccionaba, como el famoso muñeco de Michelin o terribles altares rococós de tercera o cuarta división) y también en Warhol y su estética del todo vale. Sólo hace falta ver alguno de sus retratos más famosos.

 

¿Esto es kitsch o exquisito? ¿Hortera o trasgresor? Depende de cómo queramos verlos.

 

Y todo este rollo para poder llegar al nombre del artículo: los horrores floridos. La frase está sacada de un libro de Julio Cortázar (Los autonautas de la cosmopista. Un viaje real por las autopistas francesas). Cortázar, además de uno de los escritores más lúcidos del siglo XX era un gran conocedor de arte (del que escribió a menudo). Este bagaje cultural, sin embargo, no le sirvió en el caso de unas sillas terriblemente feas de intentar ser bellas a las que él llamó los horrores floridos. Las llevó y utilizó durante todo el viaje, consciente de su profunda carga hortera, y no fue capaz de desprenderse de ellas por mucho que supiera que eran horribles.

Sin embargo, y aquí está lo importante, él sabía que eran horribles y su sola presencia le valía para reírse de él mismo, de decirse que, siendo uno de los intelectuales de mayor fuste del momento, también era humano, y por tanto un poco hortera.

 

Esta es la actitud que me anima a empezar este tema. Jugar con nosotros mismos, practicar una autocrítica que más que molesta sea graciosa, irónica, y empezar a mirar el mundo para ir haciendo el largo catálogo de sus objetos (o actitudes) kitsch (o camp, según queráis)

 

Para dar ejemplo, comenzaré yo mismo por declararme culpable y os enseño algunos objetos que pertenecen a mi pasado, que hace años me fascinaban y que el otro día encontré en una caja.

Se trata de llaveros (pues yo hacía una colección de llaveros, lo cual es ya muy kitsch, tal vez incluso friki), y os enseño alguna perlas

 

 

 

(Ésta me parece la mejor de todas)

 

Y ahora os dejo a vosotros. Espero que me mandéis al correo todo tipo de fotos de horrores floridos, ya sean vuestros, ya los encontréis en cualquier sitio. Ponedles un título y, si queréis, un comentario y poco a poco iremos haciendo el catálogo de los kitsh.

Este es uno de vuestros deberes para este verano, el siguiente os lo diré en el próximo artículo

 

Vicente Camarasa