UN ESPACIO PARA EL RECUERDO. EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL 11 M EN ATOCHA
Hacer buena arquitectura (y no sólo una exhibición de técnica o un pastelito de colores) es muy difícil. Más aún si esa arquitectura tiene tema (necesita contar una serie de cosas al espectador sin caer en el sentimentalismo barato), y este tema es algo tan terrible como la matanza que se sufrió en Madrid el 11 M.
Sin embargo, creo que todos esos retos fueron ampliamente superados con esta obra de arquitectura que, paradójicamente, resulta una absoluta desconocida pese a encontrarse en el mismo centro de Madrid. Por eso, por su asombrosa estética que es capaz de cargar con la terrible que llevan sus ladrillos de cristal, me parece oportuno recordar precisamente hoy este monumento y reivindicarlo, pues debería ser una visita obligada en la capital.
Desde el exterior apenas si podemos ver un extraño cilindro de cristal rodeado de tráfico. Escasa monumentalidad, como criticaron algunos, aunque muy lógica, pues el lugar ni era apetecible para una gran construcción (pues apenas podía ocupar espacio en una zona estratégica de las comunicaciones de la ciudad), ni servía para una contemplación tranquila, memoriosa. Por ello (con gran acierto) sus creadores se volcaron en su interior, recordando que aquello no eran fuegos artificiales (una tragedia así no los permite) y que la verdadera arquitectura es la creación de espacios internos (como ya hizo Mies van der Rohe en su Pabellón de Barcelona o actualmente Siza o Moneo), hechos tan sólo de aire y luz.
Por ello quien quiera verdaderamente saber debe bajar al intercambiador de Atocha (por cierto, una magnífica obra de moneo) y llegar a una especie de pared azul semitransparente en la que se abre una sencilla puerta para encontrarse con esta habitación vacía de todo menos de una color azul que casi puede tocarse.
En su centro encontramos la explicación del cilindro exterior. Es el único foco de luz de la estancia, una magnífica cúpula (que realmente no lo es) hecha con ladrillos de cristal.
En ella están escritas, en decenas de idiomas, las frases que los madrileños fueron dejando espontáneamente en la estación.
Y hasta aquí lo que se puede (y debe) contarse, pues lo demás lo ha de experimentar uno mismo con su sensibilidad y su memoria de aquellos días, e igual que uno no puede explicar verdaderamente un cuadro de Rothko o Klein, ni puede definir las esculturas de Kapoor, tampoco puede contarse nada más de esa capilla llena de un color suave que es espacio, silenciosa, un verdadero refugio zen en donde poner el contador de las emociones a 0 para comenzar a explorarse uno por dentro, y deambular por la sala o estar quieto, mirar hacia arriba para llenarse de luz o dejar que la mente se pueda mecer en el azul profundo que nos envuelve. Pasear, pensar, sentir en un espacio privilegiado a base de eliminar estímulos y dejarnos a solas con nuestra memoria, cada vez más saturada por los múltiples mensajes exteriores. (Quizás eso sea lo que verdaderamente aterra a los críticos de esta obra, estar solos consigo mismo y poderse ver por dentro como si fueran cristales del gran cilindro)
Sólo deciros que (como ocurre en el verdadero arte) la simplicidad de la habitación tiene una complejísima técnica arquitectónica utilizada para no poner soportes intermedios, así como una alta tecnología (para aislar de ruidos la habitación, para evitar que las vibraciones del tráfico afecten al cilindro de cristal, para conseguir esos ladrillos transparentes que no tuvieran dilataciones o contracciones excesivas…). Sus creadores fueron Esaú Acosta, Raquel Buj, Miguel Jaenicke, Mauro Gil-Fournier y Pedro Colón de Carvajal, que componen el estudio de arquitectos FAM (Formidable Aroma de Manzana)
EL BOSQUE DE LA MEMORIA (DE LOS AUSENTES)
Para saber más
http://www.elpais.com/fotogaleria/Diario/monumento/cristal/3699-13/elpgal/?aut=false (FOTOGRAFÍAS)
http://www.elpais.com/diario/madrid/?d_date=20070415 (TODOS SUS SECRETOS TÉCNICOS)
Vicente Camarasa
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