TAMARA DE LEMPICKA. LA BARONESA DEL PINCEL
Tomado de http://www.edym.com/gallery/academia/art_mu/lempicka.htm
Hace unos días descubrí, por casualidad, a una curiosa dama a la que, no en vano, algunos de sus contemporáneos denominaban “la baronesa del pincel”. Su forma de entender el arte y sus pinturas son el reflejo más exacto de lo que pensaban de ella sus coetáneos y de la imagen que se forjó de sí misma: la de una mujer libre, transgresora y ambigua como ninguna durante el siglo XX, sin ataduras morales y a la cual asustaba de antemano cualquier tipo de compromiso.
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No resulta extraño, por tanto, que en toda su obra los desnudos femeninos se mezclen con lo puramente masculino, contraponiéndose en ocasiones para generar, de esta manera, una ambigüedad sexual muy constante en la mayoría de sus modelos (presente a lo largo de todos sus trabajos).
Con esa personalidad tan arrolladora que se deja entrever, para la considerada como un icono del art déco del siglo XX, sus cuadros no son más que una prolongación de su peculiar carácter y forma de ser.
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Representa a sus amantes, a la mujer moderna y su incipiente emancipación así como el concepto de máquina sometida al hombre. Esto último y, sobre todo, su famosa obra “Autorretrato” me hace evocar (aunque con algunas variaciones) al movimiento futurista nacido en Italia de la mano de Marinetti y para el cual “un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”.
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Un intento por desmarcarse de la tradición y, al mismo tiempo, en el caso de Tamara, ensalzar el valor de la máquina y la independencia de la mujer a través de la velocidad y la geometría: “no se puede tener libertad sin disciplina”.
Retazos de la pintura de cubistas franceses (tales como Picasso o Braque), grandes del Renacimiento como Miguel Ángel e incluso holandeses como Vermeer confluyen para dar sentido a una pintura propia en la cual predominan los colores vivos como resultado de la pintura al óleo y los desnudos representados a través de líneas curvas y sinuosas que proyectan cuerpos ciertamente robustos y con un canon hercúleo (reminiscencia de Miguel Ángel) y que resultan, en su aspecto visual (al menos para mí), similares en cierto sentido a los personajes pintados más tarde por el artista colombiano Fernando Botero.
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Como se puede observar, en todos sus desnudos exagera los contornos de ciertas partes del cuerpo (tales como pechos, vientre, caderas y muslos) en lo que, a mi juicio, supone un guiño a las venus paleolíticas prehistóricas, en un afán por resaltar el lado más erótico y sensual de sus modelos. Estos últimos pertenecientes siempre al círculo social de los más poderosos y adinerados de la sociedad por cuyos cuerpos de piel nívea, “redondeados” y rebosantes de vida, parece no pasar el tiempo.
Este hecho contrasta fuertemente con la manera de reflejar la mirada en sus rostros. Una mirada que parece perdida en algún lugar y gracias a la cual sus personajes alcanzan la intemporalidad, distancia con respecto al espectador y frialdad que caracterizan a la autora.
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De esta manera, se refuerza la concepción elitista que Tamara tenía del arte en general y de sus pinturas en particular. Hecho derivado en parte de su nacimiento en el seno de una familia acomodada (status que pretenderá mantener durante toda su vida) y de un no disimulado materialismo por su parte que no hace sino acrecentarse en ese círculo tan cerrado e hipócrita conformado por los más pudientes y granados de la sociedad y en el cual gustaba siempre de hacerse notar.
Así, haciendo gala de esa personalidad tan compleja (mitad excéntrica mitad elegante) que no dejaba indiferente a nadie, ella misma otorgaba al dinero el poder para definir el valor artístico a la vez que afirmaba rotundamente: “el arte no es para los pobres”.
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En definitiva, una mujer que encontró en los excesos (de drogas y alcohol entre otros) su forma de vida y en la cual sólo existían los hombres y mujeres (encargados de satisfacer sus deseos sexuales) y la riqueza material, quedando relegados a un segundo plano la responsabilidad y la sensibilidad para con los demás.
Es aquí más que nunca donde el famoso tópico “Carpe Diem” cobra todo su significado.
Mar San Segundo
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