En anteriores días de difuntos ya le dedicamos dos posts a la muerte barroca, en el ámbito español y en el italiano. Este año cambiamos de siglo y nos acercamos al XX en una de sus figuras claves.
Duchamp de el café Meliton de Cadaqués.
Tomado de http://mimalapalabrahn.blogspot.com/2009/03/duchamp-en-el-meliton.html
Tras una primera parte de su carrera (meteórica), que le convirtió en el artista de vanguardia más influyente del siglo XX (Mujer bajando una escalera, El Gran Vidrio, los famosos ready-mades…), la figura de Duchamp pareció desaparecer del panorama artístico. Fueron los tiempos de sus largas estancias veraniegas en Cadaqués, el más bello pueblo de la Costa Brava, a apenas tres kilómetros de la residencia de Dalí en Port Lligat.
Fue una especie de muerte en vida, la lenta extinción de una fama de la que nunca llegó a gustar. Ahora me dedico a vivir, a respirar, diría en las escasas entrevistas que concedió durante esta segunda mitad de su vida. Aunque esto, una vez más, no era otra cosa que la eterna ironía del artista que nunca dejaría de crear, aunque muchas de sus obras de este momento sólo se conocerían tras su muerte.
Pues con esa coherencia (tan al parecer azarosa como concienzudamente buscada, el azar en conserva, como lo llamaba Breton), Duchamp se ocupó precisamente de esto, de la muerte, como tema central de toda su obra final.
Una muerte que exploró desde varios puntos de vista, como ya había hecho con el amor (El Gran Vidrio) o la cotidianiedad (sus ready made) y en el que incorporó de una forma más sistemática uno de los rasgos de su obra anterior, la historia del arte revisitada con ironía y distancia, dándole una vuelta de tuerca (lo que no es otra cosa del actual arte posmoderno en el que ahora vivimos).
Escultura morte.
Tomado de http://joseantoniomontano.blogspot.com/2009/03/moscas-de-cadaques_26.html
Así, en su sculture morte jugó con lo ridículo, realizando (mandando realizar a una confitería de Perpiñán) unas figuras de mazapán coloreadas para referirse a las tradicionales naturalezas muertas a la manera de Arcimboldo. Una obra que, por su propia técnica, está destinada a la destrucción. Con ella la vanitas adquiere ya no sólo un carácter alegórico sino plenamente real, pues ya no es la representación de la fugacidad del tiempo, sino la presentación del tiempo mismo, como ocurre con las obras actuales de Barceló, hechas de residuos orgánicos que dentro de unos años serán simple memoria.
Tomado de http://joseantoniomontano.blogspot.com/2009/03/moscas-de-cadaques_26.html
En With My Tongue in My Cheek, Duchamp acudió a la historia, cargándola de instantaneidad. Realizó un dibujo de su perfil al que añadió un vaciado de escayola de su mejilla hinchada por la lengua. Acaso un nuevo giro irónico con la historia, ¿una imagen maiorum del siglo XX? ¿su propia escultura funeraria presentida?
Escultura morte.
Tomado de http://joseantoniomontano.blogspot.com/2009/03/moscas-de-cadaques_26.html
Con su torture morte, Duchamp ingresó en el camino de lo terrible. El propio título, la aparición del fragmento humano, nos hace pensar en horribles mutilaciones y tragedias humanas. (una larga tradición que se inicia en Goya y sigue aún hoy en la posmodernidad) Además es un pie, sólo un pie, acaso lo menos valorado del hombre. Un pie lleno de moscas; una pesadilla demasiado humana que recuerda el gusto de la putrefacción de Dalí, Buñuel o Lorca, a la estética del escupitajo que proclamaba Bataille.
Con este tríptico sobre el arte y la muerte, Duchamp no cerró el círculo de su pensamiento, más bien parece recorrió las etapas iniciales del camino necesario para plantearse su última obra maestra, Etant Dommés, demasiado importante e impactante para colocarla como un mero apéndice y a la que dedicaremos un post en el futuro.
Por el momento, y si alguien quiere descubrir más la figura de Duchamp en sus último años españoles existe un breve pero interesantísimo libro en Siruela de Pilar Parcerisas “Duchamp en España”
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Vicente Camarasa