LOS SONIDOS INTERIORES. UN CONCIERTO DE CUENCOS TIBETANOS
La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a un pequeño concierto de cuencos tibetanos que realizó mi maestro de taichi, Javier Colmenar.
Como ocurre siempre en todo lo relacionado con lo oriental, era música, pero distinta, sobre todo en lo que se refiere al que la percibe. Me intentaré explicar mejor.
Nosotros, los occidentales, tenemos la costumbre (cómoda pero a la larga fastidiosa) de asistir pasivamente a las cosas. Escuchamos un concierto, vemos un cuadro o una escultura y todo nuestro gran interés es acumular información. Por eso nos fascina poder tener tal o cual grabación, realizar miles de fotos (con nosotros delante, tapando el monumento, si podemos), contar a los amigos nuestros viajes o (en el peor de los casos) amargarles la vida con interminables videos y pases de fotos.
Los occidentales somos así; capitalistas del recuerdo. Nos gusta acumular, clasificar por estrictas categorías, organizar, sacar diferencias y semejanzas… Todo ello está bien, pero como paso previo, no como fin. Si sólo coleccionamos, ¿para qué nos sirve esto? La propia colección se acumula en nuestras estanterías y ordenadores sin que pueda servirnos para otra cosa que la revisión una tarde de domingo lluviosa. No nos aporta nada más.
En un paso superior a esta colección algunos tienen la osadía de relacionar, de interrogar a los recuerdos para buscar sus causas, sus consecuencias o conexiones. Esta gimnasia mental necesita de esfuerzo, claro, pero asegura al menos que seguimos vivos y en el mundo, que somos sujetos activos, que generamos nuestra opinión e, incluso, podemos ser capaces de entender mejor nuestro presente, aprender de los errores y planificar el futuro. Esto fue la gran lección de la ilustración: el uso crítico de la razón nos hace más libres pero también más felices, no necesitamos de un dios que nos otorgue su atención constante.
Sin embargo aún existe un paso más allá de esto. Nos queda saber que la inteligencia o razón sólo es una de nuestras capacidades, no la única. Deberíamos descubrir lo que Oriente supo desde hace milenios (y que ahora la posmodernidad resulta que inventa con gran ruido de cohetes): somos también sentimientos, emociones… De nada nos vale saber si no utilizamos estos conocimientos para hacernos mejores, crecer. Como decía JV en uno de sus artículos, de nada nos vale la justicia sin piedad.
Toda esta larga digresión viene a cuento de unos cuencos, precisamente. De un concierto al que no se podía simplemente asistir, sino en el que hay que involucrarse. De una experiencia que se podía racionalizar (para el que quiera saber más de esta música y los armónicos le recomiendo que consulte ésta página) sino que había que sentirla, relacionarla con nosotros, interiorizarla para que el sonido te atravesara de un oído a otro, girara en tu interior y te provocara distintas reacciones.
Pero ni siquiera con eso era suficiente. Aquellos sonidos sin melodía iban mucho más lejos y te ayudaban a comprender sin razones numerosos conceptos para los que no tenemos palabras.
Comprendí entonces la constante tendencia del arte oriental por la metáfora, pues hay cosas que no se pueden decir, ya que al convertirlas en palabras se rompe su verdad. Es como la poesía cuando se explica, cuando sesudos investigadores intentan adjudicar valores simbólicos a los colores de Kandinsky, convirtiéndolo casi en un crucigrama de definiciones.
Pues yo durante aquella hora escasa pensé (no es la palabra correcta, tal vez, sintonicé) con la actitud de un poeta, con las sensaciones que me causan cada vez más Kandinsky, Rothko, Klein o Tápies. Fue un concierto de sensaciones frágiles como el aroma de una flor, que se aleja apenas percibido, como el susurro de las olas de la playa cuando terminas por no oírlas pero continúan allí, por la caída de esponja de los copos de nieve que veía el otro día.
Algo difícil de explicar, como lo es un beso o el amor, pero no por ello menos cierto. Sensaciones físicas que también eran espirituales; sonidos que te hacían flotar por dentro como lo hacen los cantos gregorianos de Silos y te invitan a confundirte con la penumbra de la iglesia, como si tú no fueras tú y te desintegraras levemente en un sueño de las manzanas de Lorca. Un sentimiento de plenitud y vacío, todo al mismo tiempo, en donde las ideas se disipaban como humedad en el aire, presente pero invisible.
Sólo eso. Todo eso
6 comentarios
BohemianStyle -
yhaniexys -
Rafael Gordillo -
Bravo¡¡¡
valeriano -
V
Nuria -
Qué maravilloso, dejar de racionalizarlo todo por un momento y centrarse únicamente en una sensación, o en una avalancha de ellas. Y qué forma más bonita de describirlo, cómo sacas el poeta que llevas dentro.
Laura -