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Barroco español XVII

LAS AGUSTINAS DE MONTERREY EN SALAMANCA (2) LA OBRA DE RIBERA

 

Si la arquitectura, escultura y trabajo en piedras duras es verdaderamente excepcional (como se puede ver en la primera parte), aún lo es más la calidad de sus pinturas, muchas de ellas realizadas por Ribera, al que el conde de Monterrey conociera y encargara en el mismo Nápoles en donde fuera Virrey.

Un pequeño estudio sobre ellas nos habla de la pluralidad estilística del pintor, como ya comentamos hace un tiempo.

Así, podemos encontrar modelos y formas más tradicionales en su quehacer en la Piedad que corona todo el retablo central, con sus maneras tenebristas, su composición cerrada y ese colorido macilento de la piel que le hiciera famoso en Roma.

En esta obra el paisaje no tiene cabida y la belleza es sustituida por la expresión.

 

En un camino tenebrista, pero con ciertas concesiones al color y la belleza nos podemos encontrar otras obras, como el nacimiento.

 

Y frente a todo esto nos aparece el Ribera más veneciano, tanto en el color como en el culto a la belleza.

Nos llega en la figura de San Genaro (que luego será reutilizada, años después, para la capilla del santo de Nápoles).

Su amplia composición en diagonal se acomoda perfectamente al vuelo, con una gran riqueza cromática y el paisaje reaparecido, el eterno Vesubio y la bahía de Nápoles.

Estos modos llegarán a su perfección a su inmaculada, verdadera obra maestra del pintor.

Se trata de un cuadro de una riqueza insuperable, con un colorido lleno de anaranjados, azules, rosas… que se combinan con maestría

Un cuadro que retoma toda la tradicional iconografía inmaculatista (extraída de las letanías medievales) con su pozo de aguas vivas, su torre de marfil, su espejo sin mácula, o la luna creciente que se retoma de la mujer apocalíptica

 

Su composición marca una amplísima diagonal animada por las curvas de mantos y movimientos de ángeles, todo en pleno movimiento acompasado (como un Rubens contenido)

Y en el centro de todo la mujer de una belleza idealizada (¿tal vez su hija?) que nos parece increíble en el pintor de monstruos y mendigos

 

Pero además de todos estos valores, la Inmaculada de Monterrey significa todo un cambio compositivo en el modelo tan típicamente español, pues Ribera, tomando como modelo la Assunta de Tiziano, creará un modelo abierto, de amplios ropajes en vuelo, que acabará con las Inmaculadas cerradas e inmóviles anteriores (Pacheco, Velázquez, Zurbarán) y dejará el camino abierto a las famosas composiciones de Murillo.

Os pongo las tres imágenes para que podáis verlo

 

Pacheco

Ribera

Murillo

 

Imágenes y texto

 Vicente Camarasa

LAS AGUSTINAS DE MONTERREY EN SALAMANCA (1) LA ARQUITECTURA Y ESCULTURA

En Salamanca, a pocos minutos a pie de la plaza Mayor, se encuentra uno de los conjunto barrocos más mestizo y mejor conservado de nuestro siglo de Oro.

Su mecenas, Manuel de Fonseca y Zúñiga. VI Conde de Monterrey, lo encargó siendo Virrey de Nápoles  por lo que toda la obra será protagonizada por napolitanos, siendo su arquitecto Bartolomeo Pichatti

Lo hizo realizar junto enfrente de su palacio de Monterrey, creando un espacio bello y sugerente.

Desde el exterior vemos su gran volumen, con cúpula restaurada unos años después de su construcción

Su portada, de amplísimo atrio, se abre en una difícil perspectiva, con grandes pilastras de órdenes clásicos y coronada por un frontón.

Ya en su interior encontramos una gran cruz latina de brazos cortos, monumental y clasicista que nos conduce a la amplia cúpula y al testero plano en donde se sitúa el famoso cuadro de la Inmaculada de Ribera.

 

 

El aspecto clasicista se potencia con la intervención de uno de los mayores arquitectos y escenógrafos italianos: Cósimo Fanzago, al que se le deben los marcos de los distintos retablos y el exquisito púlpito de piedras duras al modo más italiano que se puede ver en España

 

 

 

 

 

 

Y AHORA, SI ESTÁIS PREPARADOS, ENTRAD EN LAS MARAVILLOSAS OBRAS DE RIBERA

Imágenes y texto

 Vicente Camarasa

JOSÉ DE RIBERA (1) MUCHO MÁS QUE TENEBRISMO

 En nuestro afán de clasificar, a menudo cometemos incorrecciones. Quizás sea una de las más graves la de analizar a Ribera como un pintor tenebrista que bebe en exclusiva de Caravaggio.

Evidentemente, hay mucho de cierto en esta etiqueta de tenebrista como se puede ver en la foto que abre el artículo o ésta que se expone a continuación.

 

Sin querer ser exhaustivos valgan algunos de los rasgos típicos del maestro: una luz fuerte, cálida y dirigida que emocionaliza la imagen a la vez que conduce la mirada, el uso de los colores cálidos con esos rojos explosivos (una nueva potenciación sentimental de la imagen), un naturalismo extremo, en especial en lo desagradable, que renuncia a la belleza idealizada..

Sin embargo, junto a este Ribera hay otro (especialmente a partir de 1635) en donde es evidente otras dos grandes corrientes que se unen a su pintura más conocida.


Por una parte, acaso lo más evidente, es el uso de un colorido desconocido para Caravaggio (y en general para gran parte de la pintura española del momento). Tras ellos está el redescubrimiento de lo veneciano (que ya era evidente en la pincelada, que nunca fue caravaggiesca, por cierto, sino mucho más suelta, o el uso de una exquisitez increible en rostros y gestos) que llegará a su culminación en su Inmaculada de las Agustinas de Monterrey (Salamanca)

 

Ascensión de la Magdalena. (Obra comentada aquí)

 A esos colores suntuosos que le acompañaron en su segunda vida (aunque no renunciara, de necesitarlo el tema, al tenebrismo más radical), Ribera une unas composiciones que beben del clasicismo romano (Carracci, Reni…), sumamente sabias y complejas, tan alejadas de lo español (excepto, una vez más, Velázquez) como cercanas a lo italiano (véase el ejemplo que analizamos de Artemisia Gentileschi) Para darse cuenta de su maravilla sólo basta compararlas con las que ya analizamos de Zurbarán

Fijaros en esta obra y, tras el tenebrismo inicial, veréis una de estas composiciones compleja sque, bajo una simetría inicial, esconde varias diagonales que entran y salen del cuadro, creando una rica lectura espacial en la que hasta el fondo potencia la figura del mártir.

 

 Para hacerse una idea clara de ambas características de este Ribera menos conocido, valga este extraordinario cuadro sobre San Genaro

 

 

O esta en el retrato ecuestre de Juan José de Austria, uno de sus valedores y, a la vez enemigos

Vicente Camarasa

 

ZURBARÁN (2). SUS CORTEJOS DE SANTAS

Ya analizamos hace un tiempo las principales características de la obra de Zurbarán, pero aún nos quedan temas pendientes, entre ellos el de sus maravillosas santas andariegas.

No se trata de un tema demasiado habitual en nuestro barroco y esto ha dado pie a distintas hipótesis sobre su significado.


Fue Orozco (y más tarde siguió este hilo Gállego) el que le dio una primera significación: retratos a lo divino, mujeres del siglo pintadas con los atributos de santas (y mártires). A través de esta fórmula se permitía el retrato real, la fuerte intensidad mística y un riquísimo vestuario.

Este idea nos puede parecer casi herética en nuestros días, pero hemos de entender dentro del clima contrarreformista español de intensa religiosidad que no entra, sin embargo, en colisión con otro de los preceptos del barroco, la pura vanidad. (Mucho de esto aún es perceptible en la Andalucía más barroca y que llama tanto la atención de los visitantes, me refiero a la idea de vestir a las vírgenes como si de mujeres reales se tratara, con un poso de belleza terrenal que forma parte imprescindible de su representación divina, con categorías permeables)

Divina Pastora. Triana

Por su parte, y sin negar por completo la hipótesis anterior para algún ejemplo concreto, Pérez Sanchez habla de una función muy distinta. La propia actitud de marcha, se colocarían en los muros de las naves de los templos (o salas capitulares) como una procesión celestial hacia el altar, como ya ocurriría desde tiempos bizantinos (San Apolinar en Ravena). Pone como ejemplo el conjunto (de taller) de Santa Clara de Carmona.


En ambos casos se considera que estas representaciones podían estar inspiradas directamente en el arte efímero (cosa bastante habitual en el mundo barroco): las mujeres ataviadas como santas y mártires que participaban en procesiones religiosas.


Para saber más

http://aprendersociales.blogspot.com/2007/03/zurbarn-el-pintor-mstico.html (Con magnífica colección de fotos)

http://lineaserpentinata.blogspot.com/2010/05/santas-de-zurbaran.html (Con explicación de la hipótesis de Orozco y explicación iconográfica de algunos ejemplos)

 

Vicente Camarasa

LA CÁRCEL DE CORTE. GÓMEZ DE MORA Y EL PRIMER BARROCO HISPANO

SE ENCUENTRA EN NUESTRO NUEVO BLOG


ZURBARÁN. LAS LIMITACIONES Y GRANDEZAS DE LA PINTURA

Hace tiempo que Berthol escribió un elogioso artículo sobre Murillo en el que, con fina sensibilidad, analizaba su mundo ya cercano a una forma de vivir pre-rococó. Hablaba en él de un profesor de arte que obviamente soy yo, que no llegaba a comprender esta forma de hacer, a la que no le quito ningún mérito pero que no llega a emocionarme. Y tal vez sea porque yo soy más de Zurbarán que de Murillo; voy a intentar explicarlo en este artículo.


 

EL ARTÍCULO, REVISADO, AMPLIADO Y CON NUEVAS IMÁGENES SE ENCUENTRA ALOJADO EN EL SEÑOR DEL BIOMBO

EL BARROCO ILUSIONISTA EN UN RINCÓN POCO CONOCIDO DE ALBACETE. LA IGLESIA DE SANTIAGO Y LA ERMITA VIRGEN DE BELÉN EN LIÉTOR

 

Hablaba hace unos meses (podéis verlo aquí) del engaño constante que el barroco somete a nuestros sentidos. Los famosos trampantojos que nos engañan sin gastar demasiado dinero, que publicitan a la iglesia sin derroche.

En un pequeño viaje a la sierra de Alcaraz (Albacete) he encontrado dos ejemplos maravillosos de todo esto en un pueblo mitad islámico, mitad barroco llamado Liétor.

EL ARTÍCULO, REVISADO, SE ENCUENTRA ALOJADO EN SEÑOR DEL BIOMBO


GALOPINES EN CUADROS BARROCOS. Murillo demuestra su polifacetismo en una muestra del Museo de Sevilla

Tomado de clasesdearte.blogspot.com

 Cuando pregunto a mis amigos qué opinan sobre la obra de Bartolomé Esteban Murillo (1617 – 1682), el pintor más destacado de la segunda generación de pintores del Barroco Sevillano, su reacción es más que reservada, especialmente si vienen del norte de España o de Alemania.

¿No fue aquél que nos dejó un montón de angelotes e innumerables Inmaculadas? Incluso un profesor de historia del arte de Castilla, a pesar de ser muy amigo mío, al mencionar el nombre de Murillo, suele poner los ojos en blanco, murmurando: muchos angelitos gorditos...“

 

 

No es verdad, como ahora nos demuestra  el Museo de Bellas Artes de Sevilla con una  muestra excepcional, la que abrió sus puertas el 20 de Febrero y durará hasta el 30 de Mayo 2010. Se presentan unas 42 obras creadas durante los primeros 20 años de su carrera, procedentes de museos extranjeros en su mayoría y ahora han vuelto a su patria para ”reunirse“ durante tres meses con las obras de Murillo en Sevilla.

 

 

Nos encontramos delante unos cuadros a veces bastante atípicos comparados con la imagen estereotipada de la obra de Murillo (caracterizada por Inmaculadas, angelitos y nubes de luz), así que algunos durante mucho tiempo ni siquiera fueron reconocidos como obras suyas: p. ej. La Vieja con Gallo. Se trata del retrato (hacia 1645) de una vieja vendedora, la que lleva una cesta llena de huevos y una gallina en los brazos. Esa presentación de una mujer sencilla del pueblo es un excelente dibujo de un carácter, en el que Murillo se atreve a mostrar la fealdad, además de demostrar gran virtuosismo y realismo sin piedad. Pintada de una manera naturalista y muy detallada, la cara arrugada y amarillenta de la vieja casi desdentada, parece observar al espectador desde el cuadro con su mirada punzante. Con la mano derecha  coge el cuello de la gallina, con la izquierda tiene agarrado las garras del ave. Su mirada inquietante transmite muchas emociones, y ninguna buena: ¿avaricia, malicia, fatalidad o desesperación teniendo presente su pobreza? De todos modos, parece haber años de luz entre ese retrato de la pobreza personificada por una vieja bruja y las Vírgenes bellísimas rodeadas de angelotes, tan típicas para la obra de Murillo que acompañan por siempre su nombre en todos los libros de la historia del arte. No es sorprendete que esa pintura haya sido atribuída a Jusepe de Ribera hasta principios del Siglo XX, ya que es mucho más típico para los retratos realistas de personas marginadas de la sociedad pintadas por el valenciano afincado en Napoles. Pero investigaciones de material (lienzo, colores, etc.) han demostrado que „La Vieja con Gallo“ – por la coincidencia con datos de otras obras de Murillo – es una creación del maestro de Sevilla.

Así que no es justo reducir la obra de Murillo – como se suele hacer en Sevilla – a sus Inmaculadas y angelitos o – como se suele hacer en el norte de Europa – a sus retratos de niños. El polifacetismo de sus temas y técnicas es enorme. Aunque especialmente famoso por ser el autor de 22 Inmaculadas, todas bellas reinas del cielo, Murillo fue uno de los pintores más proteicos del Siglo de Oro. Contrariamente a Zurbarán o Valdés Leal, los que casi sólo pintaron cuadros de temática religiosa e incluso comparado con Velázquez, el pintor de cámara de S.M., Murillo ha creado escenas muy variadas y originales. Aparte de muchos cuadros sacros encargados por conventos sevillanos o hermandades religiosas, también pintó „escenas cotidianas“ (algunas de una crítica social sorprendente), bodegones, representaciones alegóricas de las estaciones, autorretratos, retratos y grupos de niños. Y no retrató principitos o princesas (como Velázquez) sino galopines. En Sevilla, la gran metrópoli de la globalización del Siglo de Oro, se intensificaron los contrastes sociales después de la gran crisis económica de los años 30 del Siglo XVII, y ya hubo muchos marginados y galopines. Como consecuencia de la gran Peste del 1649 su número aumentó aún más, ya que la mitad de la población murió y muchos niños perdieron a sus padres. Esos niños, huérfanos y sin techo, sólo pudieron sobrevivir pidiendo limosnas o mediante robos o prostitución. A veces formaron pandillas y repartieron el botín obtenido por robo o pordioseo. Mientras que todos los otros pintores sevillanos de su generación trataron ese tema como un tabú, Murillo dedicó docenas de cuadros a esos galopines y hoy son un testimonio interesante de ese ambiente al margen de la metrópoli del XVII.

Su primera pintura dedicada a esa temática ya es la versión más crítica, creada sin compromiso: „El Joven Mendigo“ (pintada hacia 1647, hoy en el Louvre de París).

 

Tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Joven_mendigo

 

Muestra un muchacho descalzo que lleva ropa desgarrada, sentado en la esquina de una ruina o casa abandonada, despiojándose. Delante de sus pies hay restos de una comida como cáscaras de gambas. Es una pintura sobrecogedora de un niño viviendo en la calle y luchando por sobrevivir. En contraste a retratos de niños acabados en décadas posteriores, en esta primera obra maestra de Murillo domina una atmósfera pintada en colores tenebrosos (matices de marrón y gris oscuro) y la mitad del cuadro lo invade una sombra negra. Se trata de una creación austera, concentrada en lo esencial, aquí no aparece decoración de fondo. Mientras que en pinturas posteriores suele presentar sus galopines con el cabello rizado, sonrisa alegre y a veces con miradas picarescas, acercándose así al gusto de su público y sus clientes, el „Joven Mendigo“ del Louvre tiene la cabeza rapada. Sus ojos no se pueden ver, ya que tiene la cabeza inclinada, mirando al suelo con una expresión de profunda tristeza, lejos de las sonrisas traviesas de otros galopines de Murillo los que iba a pintar más tarde. Desde el año 1782 propiedad del Rey de Francia, después de la Revolución Francesa, „El Joven Mendigo“ llegó a ser el primer cuadro de un pintor español en el Louvre. Fue comprado legalmente ya en el Siglo XVIII y no – como tantos de sus cuadros sacros – robado por el mariscal Soult durante la ocupación napoleónica. Es sorprendente que con sus retratos de galopines Murillo logró evocar más interés en el norte de Europa que en España. Ya poco después de su muerte en el 1682 la mayoría de sus cuadros de esa temática se vendieron en Flandes, Francia, Inglaterra y Alemania.

Cinco de ellos se encuentran hoy en la Pinacoteca de Munich y el más famoso de esa colección de impresiones de la vida de galopines también forma parte de la muestra en el Museo de Sevilla: los Niños comiendo melón y uvas“. Esa escena pintada en 1650 o 1651, presenta dos niños llevando ropa sucia y desgarrada, sentados en una esquina para disfrutar un gran melón y uvas.

 

 

Muy contrariamente al Joven Mendigo, triste y abandonado, Murillo empieza a concebir las escenas de un ambiente de miseria metropolitana en una forma más amena y agradable para el público. Los dos galopines no parecen tristes o desamparados (y mucho menos hambrientos), sino están comiendo con gustito uvas y melón, mirándose mutuamente con una expresión picaresca. El realismo de la escena es impresionante hasta en los más diminutos detalles: las uñas y pies sucios de los chicos descalzos, las pepitas del melón en el suelo (y una en la mejilla del chico de la derecha), las dos moscas en el melón, incluso las sombras diminutas de sus alas se pueden ver perfectamente. Las uvas que el muchacho izquierdo está a punto de meterse en la boca, brillan de manera tentadora y hacen recordar placeres de bacanales. Y la leve sonrisa de su compañero, contento con la boca llena masticando el melón, parece distraer la atención de una temática tan triste y seria como el destino de galopines. Aunque esa pintura todavía es lejos de la risa  libre y despreocupada que será típica de sus escenas de galopines de los años sesenta y setenta del Siglo XVII, en comparación con el Joven Mendigo  tanto la atmósfera como la escala cromática se han llenado de vida. Murillo abandona la melancolía y austeridad del negro-gris-marrón en la escena Niños comiendo melón y uvas , para poner en el centro del cuadro el amarillo verdoso del melón, las uvas de color verde brillante y las camisas blancas (aunque desgarradas) de los niños.

Generalmente se puede observar una continua aclaración del colorido en las obras de Murillo a partir de 1650. Ese desarrollo ya se puede notar en las obras Joven con un perro o Muchacha con cesta de frutas, pintadas entre 1650 y 1655. En la última década de su vida, ese cambio queda aún más obvio, p. ej. en las escenas de galopines  ejerciendo el juego de la argolla o el juego de dados (pintadas hacia 1670). Otra característica común del último período de sus creaciones: a pesar de su pobreza, esos niños desamparados parecen alegres, están mirando al observador con una sonrisa picaresca o una risa traviesa. No obstante, apelan también indirectamente a la conciencia social de los observadores.

 

 

 Sin embargo, algunos críticos reprochan a Murillo que sus retratos de galopines sean demasiado bonitos y su atmósfera demasiado serena para funcionar realmente como visión crítica de la sociedad. Pero no hay que olvidar que también otros pintores mostraron jóvenes mendigos y huérfanos con caras alegres, incluso Jusepe de Ribera presenta su Joven mendigo con pie equinovaro con una sonrisa picaresca. Se puede interpretar como una concesión al gusto del público, Murillo presenta su conciencia social en escenas que describen detalladamente el ambiente de galopines, pero sin demasiada gravedad –  crítica social en almíbar. Muestra la miseria del ambiente, en el que viven esos niños en barrios marginados, pero les pinta una sonrisa en la cara. Y también celebra su libertad, aparentemente según el lema “pobre, pero libre y feliz“. Tal vez de esa manera expresaba un anhelo de sus clientes de la alta nobleza quienes soñaban vivir con menos obligaciones y más ociosidad: carpe diem - sugerían sus imágenes de alegres galopines.

 

Tomado de www.nocturnabsas.com.ar/forum/pasatiempos/256..

 

Pero sin duda hubo también otra razón para explicar la visión pintoresca y romántica que Murillo ofrece de la vida de galopines. La gran peste del 1649 fue la catástrofe más grave en la historia de Sevilla, durante pocos meses murió la mitad de la población (unos 80.000 víctimas, entre ellos tres niños de Murillo) y dejó una ciudad traumatizada, en la que los sobrevivientes tenían que enfrentarse a callejas despobladas, una situación económica bastante caótica, hambre, y pandillas de huérfanos. Y lo último que esos sobrevivientes querían ver en lienzos eran impresiones de miseria desesperada – porque ya la tenían presente en su vida cotidiana. Por ende, no es por casualidad que la única escena de galopín, en la que Murillo muestra una visión triste y sin compromiso de esa miseria data antes del derrumbamiento de 1649. Todos los cuadros pintados después de 1650 presentan versiones más serenas y optimistas. Después de la catástrofe apocalíptica, los sevillanos preferían mirar visiones luminosas de esperanza – y Murillo les ofreció lo que querían.

 

Tomado de yoana16.blogspot.com/2008/07/murillo-y-los-ni..

 

Esa tendencia se muestra aún más claramente en las pinturas sacras de Murillo, cuyo colorido iba cambiando de matices telúricos y contrastes en claroscuros inspirados por Caravaggio y Ribera hasta llegar a colores celestiales, un estilo pastoso, nubes de luz dorada y matices de azul y rojo para los ropajes de las Vírgenes. Sus obras más típicas llegaron a ser Vírgenes como reinas de belleza, con miradas extasiadas anunciando el amor de Dios en vez del Juicio Final.

Si algo se pudiera reprochar a Murillo, sería el hecho de que haya copiado algo demasiadamente sus “modelos de éxito“ , y por ello su obra es reducida muchas veces (pero injustamente) a sus Inmaculadas con angelitos. (Pero ese reproche se pudiera hacer a cualquier pintor. Ribera pinto una docena de “San Jerónimos penitentes“, Zurbarán galerías enteras de monjes santos y Velázquez al menos veinte retratos del Rey...)

 

Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna

Tomado de http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/obras/10633.htm

 

El arte de Murillo se caracteriza por un profundo humanismo cristiano, y él mismo lo vivió: como miembro de la Hermandad de la Caridad solía repartir limosnas y regalaba la mayor parte de su fortuna considerable a los pobres. En muchos casos, sus pinturas son una llamada  directa para practicar la caridad. En esa categoría, sus dos obras más geniales son “Santa Isabel curando leprosos“ (en el Hospital de la Caridad, Sevilla) y Santo Tomás de Villanueva reparte limosnas (en el Museo de Bellas Artes, Sevilla).

 

Tomado de www.artehistoria.jcyl.es/arte/obras/10631.html

 

Como sermones pintados presentan acciones de caridad a imitar. Y dispuso de una técnica genial para elaborar sus creaciones, sea una Virgen con cara de gitana o galopines que parecían ángeles. Ningún otro pintor español supo captar tan vivamente movimientos o la mímica de personas como Murillo. Era un “maestro de la sonrisa“ – su retrato de un Niño Sonriendo y la pintura de un Joven burlándose de una mendiga, son caras virtuosamente dibujadas. En ambos cuadros pintados hacia 1660 Murillo emplea el recurso de integrar el observador, porque sus niños sonríen directamente al público, en el primer caso el joven incluso apunta con el dedo al espectador, como si se burlara traviesamente.

 

Quizás hay algo que los pintores sevillanos Murillo y Velázquez tienen en común: con respecto al virtuosismo técnico, las obras del último período de sus vidas serán más impresionantes (Velázquez: Las Meñinas; Murillo: Tomás de Villanueva repartiendo limosna o Inmaculadas rodeadas de nieblas luminosas). Pero mirando a la importancia de sus mensajes independientes de la moda de su época, se puede llegar a la conclusión que muchas de sus obras juveniles merecen mayor atención y hay que apreciarlas aún más (Velázquez: El Aguador; Murillo :El Joven Mendigo y otras pinturas de galopines). 

En la Europa de los Siglos XVIII y XIX, Murillo fue el pintor español más famoso, sus obras obtuvieron los precios más altos en el mercado del arte. Sin embargo, a finales del Siglo XIX cayó en la desgracia y fue reemplazado por Velázquez en el trono de la pintura española por la opinión de los historiadores del arte. Una de las razones hay que buscarla en una avalancha de copias malas, a veces malísimas y estereotipadas de cuadros de Murillo, las que invadieron el mercado del arte desde mediados del Siglo XIX y contribuyeron considerablemente a la pérdida de su prestigio como pintor.

 

 

Autorretrato

Tomado de encontrarte.aporrea.org/efemerides/e1260.html

 

¿Por qué desde entonces no ha sido rehabilitado como pintor destacado del Siglo de Oro y representante genial del Barroco español? Es que con el concepto del genio se suele asociar una inclinación a la locura, una biografía aventurera o al menos un comportamiento extravagante. Nada de eso se puede decir de Murillo, el que siempre fue descrito como amable y sin caprichos de divo por sus contemporáneos, aunque fue el pintor más famoso de España en el Siglo XVII. Murillo no mató a nadie a causa de un duelo (como lo hicieron p.ej. Martínez Montañés, Cellini o Caravaggio), tampoco fue acusado por la Inquisición (como Alonso Cano) ni siquiera tuvo accesos de rabia, persiguiendo a alumnos por la Catedral sevillana (como lo hizo Valdés Leal). Pero no por ello su arte magnífico vale menos. Ya es tiempo para un redescubrimiento a lo grande – y mejor en Sevilla.

 

Bertold Vorberg